Rafael Alonso Solís

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Primera página del nº 1 de EL PAÍS, 4 de mayo de 1976, ¡Éramos tan jóvenes!

 Hace ya muchos años que un grupo de políticos y empresarios, apoyados por un puñado de buenos profesionales, decidió poner en marcha una ambiciosa aventura editorial. Una aventura que se demostró inteligente. En paralelo al despertar de instituciones que llevaban décadas en el congelador, la cabecera de un diario se convirtió en un acompañante habitual durante el desayuno. Había nacido El País, y puede que nunca sepamos si fue la línea editorial del periódico la que formó al lector medio, si resultó al revés, o si se trató de un proceso recíproco, en el que las columnas surgían en respuesta directa al interés de quienes las leían, en un ejercicio de influencia mutua, como el de los poetas que acaban modulando el estilo de sus predecesores. Puede que el país redactase El País, en buena medida, a su imagen y semejanza, o que las redacciones relatasen la vida que transcurría en la calle tal cual se manifestaba, en una suerte de periodismo espontáneo en el que ambas partes disfrutaban con el espectáculo. Puede decirse que El País era una muestra de prensa moderna y bien hecha, ideológicamente ubicada en el espacio característico del centro izquierda; eso si, sin exageraciones. A veces, incluso, algún galgo se permitía el lujo de correr la banda siniestra sin contemplaciones. En otras, el editorial cambiaba de carril según las circunstancias, manteniendo un prudente equilibrio. De una forma u otra, en ese espacio se encontraban el diario y sus lectores, tal vez porque también el país era de centro izquierda, o porque uno y otro se adivinaban recíprocamente los pasos y se preveía hacia donde nos llevaba la querencia. Pero eso hace ya tiempo que cambió. En el camino se fueron cayendo muchos editoriales que fueron siendo sustituidos por otros cocinados en despachos muy diferentes. El pasado domingo El País conmemoraba el cuarenta aniversario de su revista semanal, y lo hacía con un tocho de casi doscientas páginas, supuestamente, según el anuncio de la portada, compuestas por crónicas, apuestas, columnas, reportajes, personajes y estilos de vida. La realidad es que más del treinta y cinco por ciento del contenido eran anuncios, y buena parte de ellos correspondían a entidades financieras. La lectura del resto no daba ni para terminar el café, y la vida que allí se relataba ya tenía poco que ver con la que transcurría en la calle. Afirmar, en uso del tópico, que El País ya no es lo que era es una constatación que no precisa esfuerzo, y donde antes escribía Vázquez Montalbán ahora hay un acertado resumen de lo que el Banco Sabadell puede hacer por nosotros, mientras que en el lugar donde antaño se mostraba la vida de los “hijos del agobio” –una tribu vallecana que sacó el careto en los ochenta– o se recorrían los rincones de Madrid donde el caballo mataba con impunidad, ahora se muestra a la familia Thyssen posando en Villa Favorita, en torno al Arlequín de Picasso. La transformación del paisaje como  explicación del cambio.


Nota de redacción

Según nos cuenta Rafael Alonso Solís, la presente crónica debería haberse publicado el martes, 2 de noviembre, en el diario La Opinión de Tenerife. Sin embargo, por motivos ignorados no se hizo. No parece descabellado pensar que la mano larga y negra del hijo de Vicentito apretara las tuercas de la censura previa.


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