Carmelita Flórez

Sería tan imposible como fantástico conversar con Mark Chagall acerca de la guerra de exterminio que su idolatrado estado de Israel mantiene ahora contra todo lo que suene a Palestina, a la que él amó como si fuera el paraíso al que van las almas buenas, una tierra idílica que su condición de judío bueno elevaba a la categoría de bien terrenal, arcadia y recompensa para la diáspora hebrea, convertida ahora por la furia y el terror del gobierno de Israel —y con el asentimiento de su pueblo—, en un cementerio de escombros, destrucción, muerte y cadáveres de los otros.

Mark Chagall en Francia, 1921

¿Qué diría Chagall del asesinato diario indiscriminado de niños palestinos por parte del ejército judío? Esos niños que aparecen en sus cuadros cargados de masas infantiles.

¿Qué diría Chagall del bombardeo de hospitales palestinos o de la entrada en los mismos, un lugar de paz, de reposo y de cura, de comandos armados del ejército israelí para matar indiscriminadamente, acciones de guerra, a presuntos enemigos? Todos son enemigos para Israel. La ONU, el mundo entero es el enemigo de Israel. Él, el artista que se comprometió con la creación de un lugar de paz y confraternidad para el pueblo judío.

¿Qué diría Chagall del asesinato selectivo de periodistas que realiza el ejército de Israel para evitar de que se informe al mundo de las masacres que a diario se producen bajo la ocupación de la franja de Gaza? ¿O de los asesinatos que cometen los colonos judíos asentados ilegalmente en suelo palestino sobre la población originaria?

¿Qué diría Chagall de esos ciudadanos hebreos que se apostan en la frontera para impedir el acceso de ayuda humanitaria de Naciones Unidas para la población civil palestina? Al enemigo se le mata, no se le alimenta, dicen.

Fue la vida de Chagall una carrera agónica, casi un siglo —1887-1985, 97,8 años de existencia fructífera y penosa—, en los que sufrió el horror apocalíptico de las miserias bélicas del siglo XX: la Gran Guerra, la revolución soviética —él mismo convertido en bolchevique—, la persecución nazi, el exilio en los USA, la Segunda Guerra Mundial, la muerte de su mujer amada, la negación en 1948 de la nacionalidad por parte de la Republique —después, en 1977, la France le condecoró con la Legión de Honor—, la guerra de creación del estado de Israel, la Guerra Fría, la guerra de Argelia, la guerra de Indochina, la guerra de los seis días, la invasión de Checoslovaquia por los tanques rusos…

En la exposición “Chagall. Un grito de libertad” se recogen los temas pictóricos y compromisos ideológicos y políticos que ocuparon la mente del artista. Masas policromadas de figuras infantiles, casi naífs, ingenuas, inocentes dibujos de animalitos y composiciones oníricas, cristos crucificados en braguitas, muchedumbres encolerizadas que pueblan sus cuadros como espectadores satisfechos del ajusticiamiento del Redentor que gritaran ¡soltad a Satanás!, rabinos mortificados hasta el sufrimiento con la cruz de su torá a cuestas, cartas manuscritas de las dudas metafísicas que asaltan su mente de judío errante, su implicación con el alma judía, versos anunciando su espíritu de poeta, bocetos ambiguos de sus dioses humanos y divinos como si quisiera expulsar de su alma el conflicto de disfrutar del ideario y de la libertad de occidente heredando la idiosincrasia rusa y la cultura yiddish…

La vida es una burla del tiempo en la que los artistas se redimen de la frustración, de la incertidumbre y del desasosiego diario que a todos nos oprimen plasmando en un soporte las ocurrencias que sólo a ellos les generan sus mentes geniales. 

Chagall. Un grito de libertad” se expone en La Fundación MAPFRE, en Madrid, hasta el 5 de mayo.

…Hay que decir en beneficio de Mark Chagall que siempre supo que aquel cuadro no lo había pintado él, pero calló y aceptó aquella pequeña huella que solo él y Malskat conocían. La que se armó en el Ministerio de Cultura alemán fue tremenda. Gobernaba Willy Brandt, que ordenó un silencio absoluto sobre el asunto… La noticia del fraude corrió como la pólvora. Los expertos en arte, los galeristas, los especialistas del Pergamonmuseum empezaron a descubrir que el tiempo y la situación habían conferido al falso chagall un valor inesperado. Que lo insólito de la historia del cuadro valía tanto como si fuera auténtico. Y el museo se llenaba de visitas y se hablaba de él en los manuales de arte. Y como todos necesitaban justificarse y rehabilitarse de cara a la opinión pública y al mundo del arte, aceptaron el cuadro falso como uno verdadero y a Malskat como uno de los grandes pintores alemanes de mitad del siglo XX… Todos habían participado en el gran fraude del arte.  Todos mentían. Era el sueño del capitalismo: pagar una fortuna por algo que tendrías en el cubo de la basura…

[Extracto de “PATAGONIA”, Premio de Novela Ciudad de Salamanca 2018. Ángel Aguado López. Ediciones del Viento]