Pemán a lo suyo
Agustina de Champourcín
De dictadura a dictadura. De la de Primo de Rivera a la del Caudillo por la gracia de dios. Ese podría ser el subtítulo del libro “Mis almuerzos con gente importante” —Editorial DOPESA, Madrid, 1970—, en el que Pemán recuerda anécdotas y conversaciones que mantuvo, manteles o no por medio, con destacados protagonistas de aquella tenebrosa época. Personajes extraídos de la ciénaga de la historia de España que don José María, nacido en Cádiz en 1897 —el mismo año del asesinato de Cánovas del Castillo, constatación de una nación que ya se desangraba—, en el seno de una familia aristocrática, recoge con la simpatía socarrona del viejo juglar. Casa Lhardy, el Hotel Ritz, el Hotel Palace, el restaurante Jockey, el salón oval de la Real Academia de la Lengua, la residencia del embajador nazi en la “corte” de Burgos, durante la “cruzada”, el despacho de Evita en Buenos Aires, o palacios presidenciales como el de Perón, o el del sátrapa dominicano Trujillo —«asombrosa era la obra progresiva del Presidente» dice sin mesura cuando se refiere al Benefactor, ya asesinado por los suyos nueve años antes— son los escenarios en donde se desarrollan sus memorias, a veces desmemoriadas, a veces imprecisas, o anacrónicas, o asincrónicas, o reiterativas, escritas sin notas previas y con la intención de agradar al mencionado en ellas.
Un retablo de personajes que el paso del tiempo ha diluido, cuando no exorcizado. Pero a los que el poeta del Régimen aclama con agasajo, si no con devoción. Y alabanza enfermiza a su Excelencia, inundando de babeo glandular al Generalísimo, cuando Pemán era una pieza valiosa en los anaqueles del museo hagiográfico de la noche del franquismo.
Miguel Primo de Rivera —eran parientes—, su hijo José Antonio —me hallará la muerte si me llega y no te vuelvo a ver—, el Conde de Romanones —¡un tímido!, lo califica don José María—, José Calvo Sotelo, el cardenal Herrera Oria, el patibulario Millán Astray —que le encarga unas loas a Celia Gámez, su querida, para leerlas el día de su boda con otro señor. «¡Hecho, mi general!»—, el general radiofónico Queipo de Llano, el cardenal Segura, con Jacinto Benavente, Raquel Meller, Carmen Ruiz Moragas —la querida de Alfonso XIII, una de ellas—, Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors, el general Camilo Alonso Vega, Jean Cocteau, o el ministro José Solís —la sonrisa del régimen. Franco le envió como su representante al funeral del canciller Konrad Adenauer, 1967—, o el superministro Fraga Iribarne —¡aquel baño en calzoncillos en las playas de Palomares, 1966— desfilan por sus almuerzos con optimismo de gentileshombres preocupados por la salvación de la patria. Elevada intelectualidad de los mentados: Pedro Sainz Rodríguez, el doctor Marañón, Menéndez Pelayo, Francisco Cambó, Antonio Maura, etc., que regalan graciosamente sus pensamientos al escritor para que los airee a la plebe y se aclare el porvenir del país.
Inteligente, patricio educado con los Jesuitas, doctor en Derecho, estilo rancio y decadente, poeta ignorado por los de la Generación del 27, estudioso de la historia y del lenguaje arcano. Escultor de las letras imperiales, prosa culterana, exquisita, a veces críptica y de difícil comprensión para el lector medio, erudito don José María Pemán y Pemartín, regalándose a sí mismo, y al que quiera leerle, el mimo de sus versos preciosistas.
Recoge del fundador de Falange, José Antonio, su versión de la democracia: «Las urnas electorales no tienen mejor destino que el de romperse de un garrotazo» (pág. 128). O dedica “décimas conceptistas y calderonianas” a su camarada de despertares, impasible el ademán, Rafael Sánchez Mazas:
…Como flores de un pensil
mil conceptos mustia y troncha,
bajo tus gafas de concha
la agresión de tu perfil…
Devoto confeso de la monarquía, furibundo españolista y extremista religioso. Fue colaborador muy cercano al cardenal Ángel Herrera Oria, miembro de la Asociación Católica Nacional de Propaganditas, con la que pronunció mítines por toda España de “orientación social” durante la República: «es tiempo de escoger definitivamente entre Jesús y Barrabás» —citado por Preston; “Un pueblo traicionado”, pág. 213—, Pemán es un defensor, casus belli, del levantamiento de los africanistas en Marruecos. No duda en justificar la tragedia nacional: «Se había votado ya, sin urnas ni papeletas, en un sufragio emocional e intelectual la Guerra Civil, el resolver a tiros la situación irresoluble» (página 89).
El inconsciente de bufón de El Pardo delata a Pemán. Rezuma admiración empalagosa, agradecimiento enfermizo hacia el guerrero: «El momento en que tuvo mayor contenido unánime el sufragio universal español fue aquel en que decidió ir a la Guerra Civil» (página 159). O, «La guerra había nacido con mucha más raíz telúrica en dimensión vertical —independencia ibérica; guerrilla, comunidades— que hojarasca lateral: fascismo, racismo». Pemán entra con las tropas victoriosas en Madrid en marzo de 1939: «Era todo nuevo: ¡Arriba España…! Viva Franco… ¡Qué emoción!». Y cita con ambigüedad al coronel Segismundo Casado, o condescendiendo amablemente con Julián Besteiro: «No lograron los curas que se confesase: no varió nunca su semblante pacífico… O acaso, por su humildad resignada, estaría mejor dicho que se confesaba todos los días».
Es Séneca, rotundo, dinámico en el análisis histórico de la cuestión de esa España llevada al paroxismo por la milicia purificadora: «Cada generación tiene en la barriga, no gatos, pero sí tres siglos a medio digerir, peleándose y empujándose entre ellos» (página 105). Y se recrea en recordar la anécdota que le cuenta el doctor Marañón sobre la huida de Juan March —uno de los nuestros— de la cárcel de Alcalá en tiempos de la República, el financiero del Régimen por fin liberado de la tiranía republicana, 1933: «Ah, ¿ese…? Ese se viene conmigo», refiriéndose al director de la prisión (página 329).
Es conveniente leer la letra prodigiosa de Pemán, recrearse con sus vanidades prosísticas, abandonarse más allá de sus concepciones ideológicas, más allá de su vanidad egocéntrica de literato universal, más allá de su partidismo franquista, a veces canalla, a veces imperdonable. «Lea mucho a los clásicos, cuando los olvide existirán dentro su espíritu, y poseerá usted el clasicismo», le dice Gabriel Maura, página 98.
El rey emérito le distinguió con la orden del Toison de Oro en mayo de 1981, tres meses después del 23 F.
Mis almuerzos con gente inquietante
Han cambiado las circunstancias políticas y sociales entre los dos libros, catorce años separan sus publicaciones. Cuarenta y dos años separan el nacimiento entre los dos autores, Pemán y Manuel Vázquez Montalbán. ¡Toda una vida! Tiempo decisivo en la historia de España, de la dictadura a la democracia: últimas ejecuciones sumarísimas del tirano, su muerte, la restauración de los Borbones, —la tercera—, el gobierno continuista, nostálgico de Arias Navarro, la Transición, la aprobación de la Constitución, la elevación a los cielos y la caída a los infiernos de Suárez, el intento de golpe de Estado de Tejero. Y la victoria sosialista de Isidoro. «¡Hay que ser sosialihta anteh que marxihta!», declamaba tras su dimisión Felipe en aquel congreso extraordinario de Sevilla, ¡en mayo de 1979! ¡Aclamación!
Mientras Pemán, con su discurso retórico satisface la vanidad de la corte del Régimen, las entrevistas de MVM van dirigidas a la opinión pública. Otros actores, otro momento histórico. Todo el espíritu de aquella primavera democrática está expresado en boca de los entrevistados: la cultura, la patronal, los artistas, la banca, los vascos, los catalanes, la política, el deporte, el cuarto poder: la prensa, la radio, el PODER, el pasado franquista, la Iglesia…

El cura-duque Aguirre el Magnífico —«mi biografía que la escriba Manuel Vicent*», anticipa—, Bibi Andersen —«sí, yo elegí ser mujer»—, Antonio Asensio, Juan Mari Bandrés, Carlos Ferrer Salat, Martín Villa, Pablo Porta, Jesús Quintero, Luis Olarra, Carmen Romero, etc., etc., etc. son los protagonistas de un periodo único que despertó esperanzas y blanqueó las tinieblas heredadas de aquellos tiempos de silencio.
Todo bajo la degustación hedonista de un amante de la haute cuisine, ya sea en Lhardy, en el Restaurante Solchaga con Alfonso Guerra —«En su intervención en el famoso congreso de Suresnes [1974] Felipe estuvo mágico. Parecía el niño Jesús hablando en el templo entre los doctores… El día siguiente a la victoria del 29 O desaparecí. Me fui al Museo del Prado y me pasé allí todo el día bajo los cuadros de Murillo», secretea Guerra, muy sevillano él—, en la bodeguilla de la Moncloa, en un convento de Murcia con el cardenal Tarancón —“¡Tarancón al paredón!” gritaban los fascistas de Blas Piñar, los padres de los que ahora hociquean sus colmillos por el hemiciclo—, o en Mayte Commodore con Fraga Iribarne: «Yo soy fiel sentimentalmente a Franco, pero no al franquismo… Quien no esté conmigo es un bellaco», le confiesa don Manuel al periodista.
La sinceridad que descubre el placer de la buena mesa. Esas confesiones que el paso de los años actualiza: «La Unión Soviética sería una Roma comunista del Este, que ha ocupado media Europa» le cuenta Carlos Ferrer Salat a Montalbán, ¡1984!, mientras saborean un pudding de cabrarroca con variados betunes rojizos sobre tostadas macilentas y una inenarrable brioche al tuétano de vaca, foie-gras, bechamel, trufa picada y crema fresca en Jockey. La economía liberal unida a la exaltación culinaria, coloquio metafísico entre el capataz y el periodista gourmet, pura entelequia: «La historia nos enseña que la conducta exterior de los países se mueve por razones de Estado, por razones geopolíticas, no para hacer beneficencia revolucionaria».
Secretos que se revelan al olor de un lenguado a la meunière en Casa Lhardy. Vázquez Montalbán anticipa la escritura de Galíndez, aquel vasco siempre fiel al lendakari Aguirre. No como Juan Mari Bandrés, que embriagado de candor pronuncia referencias angustiosas en esos tiempos del plomo, del terror: «ETA mantiene una lucha desesperada contra la democracia española en nombre de unos principios confusos». O arreándole fuerte al PNV: «…soy marxista, aristotélico, cristiano…pero sabiniano no, eso nunca. Es más, el PNV ha sido siempre militante en el frente antimarxista de la sociedad vasca, por su componente de integrismo carlista».
Rodolfo Martín Villa y el SEU, de nuevo en Lhardy, cocido de tres vuelcos. «Los jóvenes de la oposición que se subieron al carro de la transición política no han tenido que ver… A Franco le destituyó la biología…el franquismo sí necesitó de ex franquistas para pasar a mejor vida». Y se le suelta la lengua al súper ministro pactando la elección del postre, soufflé barroco, consensuado en helado de vainilla que llegará cuando acabe esta montaña de cocido estilizado: «Yo era más partidario de los palos que de los tiros… no conocía al comisario Conesa, le nombré comisario especial para el asunto Oriol-Villaescusa y lo resolvió… Billy el Niño… el proceso de la transición: el empresario había sido el Rey; el autor Torcuato Fernández Miranda, y el actor Adolfo Suárez… Ninguna decisión del PSOE tiene por qué intranquilizar. Son de un conservadurismo que hoy día no podría permitirse un gobierno de derechas. Me han decepcionado».
Concesiones al cuarto poder. Terapia nocturna repartida entre Jesús Quintero, el loco loquísimo y José María García: «Miles y miles de oyentes quedaron prendidos en el ligue de este loco que les leía poemas y creaba un lugar imaginario, confesionario, sofá de psiquiatra». O a Antonio Asensio y el invento de Interviú, llenando de tetas, de corrupción, de escándalos políticos la prensa: «El poder tiende al cinismo, a la palmada en la espalda y a la zancadilla. La clave es mantenerlo a distancia». O a Xavier Vinader, el reportero estrella de Interviú: «El fascismo es un ejército ideológico que está aparentemente dormido, pero no muerto».
«Tengo prohibido por el médico que me hablen de ese señor. Me produce urticaria», advierte Pablo Porta al sabor de una triste Pepsi Cola. “Más de un García necesitaríamos para sanear el país”, le decían los taxistas a Montalbán. José María García y su enemigo íntimo, Pablo Porta —proveniente también del SEU—, tan necesarios, tan amantes, tan deseados, tan fieles el uno contra el otro: «El fútbol es fascinante, es un veneno, se basa en la posibilidad de fracaso antes que de éxito. Fracaso económico, deportivo. Una lotería constante, la desesperación o el reuma».
«Ese hombre que ha estado en la cárcel vuelve a la cárcel cada vez que muerde un pedazo de pan», le confiesa en su ático de la Castellana, menestra de verdura y besugo al horno por medio, Mariano Rubio, todo un gobernador del Banco de España, que tuvo sus tropiezos juveniles antifranquistas. Es el momento de la expropiación de Rumasa. «Las grandes instituciones económicas tienden por su propia naturaleza a ser muy prudentes y cautelosas en sus actuaciones políticas», despacha el economista, lejos de anticipar aquel rescate multimillonario pagado con el dinero público.
«Si disparan alguna vez contra mí, que no duerman tranquilos a partir de ese día. Y sobre el GAL, ni lo sé ni me interesa saberlo. Y los obispos que se callen. Que no líen la cosa más de lo que la han liado», explota Luis Olarra frente a un bacalao, esa espléndida bestia que una vez desalada se convierte en un tercer pez que es una transustanciación, en un milagro explicado por la participación del Espíritu Santo en el alma de las aguas.
Y el punto femenino lo pone Carmen Romero, profesora de literatura en el nocturno del BUP, en el instituto público Calderón de la Barca. «Mira, mantengo una manera de ver muy, cómo te diría, muy andaluza, desdramatizando… eso que llamamos el cachondeo y que no es tomárselo todo a broma, no, con una sorna que te alcanza a ti mismo, autocrítica, relativizadora… una manera de ser muy sevillana que te ayuda cuando has de dar saltos mentales».
Sólo se negó al juego del confesionario Julio Anguita, por más que los supuestos secretos del Califa pretendían desvelarse en el restaurante cordobés “El caballo rojo”. Cosa de los comunistas.
Expresidiario criptocomunista, así se definía MVM, analista preciso de una época que transformó una sociedad y un país entero. La muerte prematura de Manuel Vázquez Montalbán nos dejó sin uno de los más brillantes cronistas de la realidad social y de la política de este país en los últimos cincuenta años. Una generación entera se educó sentimentalmente leyendo el examen perspicaz de su columna de los lunes, en la última página del periódico de referencia en España. Aquel espacio quedó huérfano, nadie pudo llenar su hueco en las dos décadas posteriores a su fallecimiento, ocurrido en octubre de 2003. Era conocido su amor por la zamarra blau-grana, a pesar del papel segundón, más bien advenedizo que su Barça ha tenido siempre en el ideario patriótico nacional del fútbol. Algún defectillo debía de tener.

*Querida prima Mariluz: Pemán me parece horrible, lleno de tópicos. Cada vez me afirmo más en que Pemán no es un valor sino un antivalor… no perdono al que por seguir un camino más fácil y de éxito, más populachero, deja un fruto colgando en el árbol de la fecundidad que Dios le da. Aguirre el magnífico. Manuel Vicent. Página 100. 2011.
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