Rafael Alonso Solís

     En el último número de Tinta Libre, Esteban Hernández señala a Vox como un partido “más religioso, más neoliberal y más nacionalista que el PP”. Si fuese así, el PP debería estar asustado y no darle más cancha que la que ya ocupa. Pero no es cierto. Como los jóvenes cachorros de lo que ellos llaman el centro derecha reconocen sin complejos, ese fervor ha estado siempre instalado en el alma del conservadurismo español, dispuesto a dar instrucciones a la cabeza sobre la dirección de la embestida. Al fin y al cabo, se trata de una ubicación geopolítica vislumbrada por Manuel Fraga durante su estancia en Londres, dejando a la bestia en suerte para que Aznar la incorporase a su componente teórico. Son a veces los mismos analistas de izquierda quienes colaboran en darle alas de mariposa siniestra a la rama desgajada del sector más chulo de la familia. Pero no es otro que el PP, encabezado por el joven sonriente formado en Aravaca, el que está empeñado en resucitar al sector tenebroso y matón de este país, que ya diera un golpe de Estado, ganara una guerra y reprimiera de forma implacable durante la posguerra. Es el mismo PP que acaba de poner en marcha la campaña de reivindicación de las tres damas negras de la ddsc0205_web2-e1548064625154.jpgerecha, como una amenaza de la vuelta al pasado que no cesa y un anuncio ominoso de la noche oscura que no desaparece de nuestras pesadillas. Es el mismo PP, que hace tres días se echaba a la calle contra el aborto, el que se juramentará otra vez junto al sector mas obsceno de la iglesia católica, tal vez para perdonar, en un ejercicio de comprensión cristiana, a los depredadores infantiles. Ese PP, y no otro, es el que mimetiza las consignas de su camada negra y no tiene reparo  alguno en encadenar mentira tras mentira con el propósito de ocupar lo que, sin duda alguna, considera que es suyo, y seguramente por la gracia de Dios. Es el verdadero programa del PP, disimulado hasta hace poco por necesidades electorales mediante la estética del tertuliano amable, el que aflora sin complejos y encuentra el vehículo más eficaz para negar la estructura machista de la sociedad y asumir la existencia del feminismo radical, casi sin mancharse, dejando que las cruces y los correajes que guardaban en el armario se eche a la calle, primero, y luego al monte, si hiciese falta, que siempre han andado amenazando con eso. No hay diferencia alguna entre el PP más ultramontano –porque uno espera que aún quede algún liberal respetable en la orilla derecha– y los legionarios civiles que han soltado para dar miedo, los jueces que han ido colocando en los lugares adecuados de las decisiones, y ese conjunto de intelectuales que presumen de follar sin descanso a pesar de su avanzada edad, y garantizan, con su presencia en la RAE y otras cofradías del mismo corte, la soledad de las mujeres para discutir sobre el lenguaje.

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