Rafael Alonso Solís
A lo largo de las dos o tres últimas décadas del siglo pasado, Rafael Sánchez Ferlosio escribió una serie de espléndidas reflexiones en el diario El País. La mayoría de estos textos, junto a algún ensayo posterior como God & Gun, están recogidos en el volumen titulado Babel contra Babel, publicado por la editorial Debate en 2016. Dicen las leyendas –aunque puede que lo haya contado él mismo– que Ferlosio escribía sus artículos bajo el efecto permanente y salvaje de las anfetaminas, lo que le permitía redactar sin freno y espídico perdido, enlazando oraciones que se estimulaban a sí mismas y se reproducían de forma partenogenética, embriagándose con las palabras que iban apareciendo sobre el papel y con las que, una vez acorralado un tema, no cesaba de añadirle verbos hasta rematarlo sin compasión. No se sabe, en realidad, si lo escribía a mano, con máquina percutora o si utilizaba ordenador, aunque esto último resulta dudoso, por lo mal que encajaría con sus alpargatas a cuadros. En los ensayos de Babel contra Babel se habla de ejércitos y de militares, de mercenarios y de banderines de enganche, de armas y de patrias, y se llama la atención con brillantez acerca de los aspectos escatológicos de los antagonismos. También se habla, y mucho, de la guerra, a cuya invención arcaica, cerca del origen de casi todo, se achaca el establecimiento de los hombres y las mujeres como dos especies socialmente diferenciadas.
En el artículo publicado en El País el 28 de marzo de 1987 –el mismo día en que habrían cumplido años Teresa de Jesús, Máximo Gorki y el general José Sanjurjo, El león del Rif, que pasó la vida organizando golpes de Estado y al que le falló el avión cuando viajaba para encabezar la asonada de 1936–, bajo el título de ¡A mí la Legión!, Ferlosio le da varias vueltas al tema del mercenariado y a la obligación implícita en ese grito espiritual al que, una vez emitido por un legionario, deberá acudir cualquier otro que lo escuche para defender al demandante “contra quien fuere, con razón o sin ella”. Es inevitable vislumbrar el hilo que une el “hedor de milenios” –como Ferlosio califica al rastro de los soldados de fortuna– con aquella imagen de hace unas semanas, en la que varios ministros entonaban el himno de la Legión con lo que parecía una versión civil del ardor guerrero. Curiosamente, los cantantes de entonces son los mismos que ahora parecen formar parte del equipo directivo con el que el nuevo líder del Partido Popular aspira a llevarnos de retorno a Tíndalos. Sin más motivo que una retorcida asociación de ideas, seguramente equivocadas, sería posible establecer una relación genésica entre el grito de “¡A mí la Legión!” y la ceguera intelectual, e imaginar a Casado, a Rivera, a Trump, a Kin Jong-un o a Putin –pero también a Ortega o a Maduro– en posición de firmes, vestidos de legionarios y jaleando el paso del Cristo de la Buena Muerte.
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