Gabriel de Araceli

      Un águila que planeara a ras de suelo, que acariciara el asfalto. Vista y no vista. O gacelas bailarinas que saltaran ante el desprevenido vecino y desaparecieran sin darle tiempo siquiera a cerrar la boca de la sorpresa. Pasa la cabeza de carrera de la maratón de Madrid. Kenia y los demás… el mundo.

     La gesta deportiva reunió el domingo 22 de abril a más de 37.000 corredores. Era la edición nº 41. Ni frío ni calor, temperatura ideal, un recorrido sube y baja por las céntricas calles y los parques de la capital, el rompe-piernas de la complicada orografía madrileña. Y el griterío de los millares de espectadores, ¡todo Madrid lleno de gente!, que aupaban con sus ánimos a los maltrechos sufridores de las carreras urbanas.

Diecisiete angelitos negros a su paso por la Glorieta de Quevedo. El ganador fue el keniata Eliud Barngetuny, dorsal número 14, el tercero por la derecha con la camiseta gris, que registró un tiempo de 2h 10′ 15″.

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    Y el dolor, el sufrimiento físico, la agonía del cansancio infinito que quiebra la voluntad del atleta urbano, el calvario eterno de la distancia sideral, inmensa de los 42.195 m. Ese duelo interior entre la victoria en la Plaza de Neptuno o la derrota del abandono, la gloria de cruzar la meta o la desazón del coche escoba. Atenas o Esparta. ¿Es necesario acabar esa pesadilla? ¿Qué lleva a esos cuerpos abandonados, imposibles para la carrera a emprender semejante desafío? ¿Por qué tanto padecimiento? Seguir, seguir, siempre seguir, aunque no sepamos adónde. Por el Km 19,6, la Glorieta de Quevedo, pasan flotando diecisiete angelitos negros. El soplo del viento, apenas un murmullo. Saetas africanas del altiplano. Y después, mucho después, mundos después empiezan a llegar la élite, los buenos, las chicas, el resto. Y eras después, siglos después de los keniatas llegan los mejores y los normales, miles y miles de corredores populares.

El dolor terrible de la maratón no perdona ni a las atletas de élite como la keniata Chaltu, caída sobre el asfalto de la Calle San Bernardo, en el Km 20.

    Y quizás civilizaciones después aparece la cola del pelotón, los despojos, los desahuciados, los héroes anónimos del asfalto. Pero faltan aún muchos Km que correr, aún no se ha corrido ni la mitad de la prueba. Y en el km 23, en la plaza de Oriente, los reyes godos observan a los turistas remezclados con los vendedores de baratijas, a los buscavidas, a los descuideros, a los polis, a los últimos atletas urbanos que agonizan arrastrándose a cada paso, mortificados por la tortura de las zancadas dolorosas sobre el adoquinado berroqueño.  ¡Venga chaval, que tú puedes, que ahora, ya, es cuesta abajo! Y llega el Km 24 y el 25 y el 26 y el 27 y el 28 y falta una distancia pavorosa: 29, 30, 31, 32… 37, 38, 39, 40, 41, 42… más 195m. La meta. ¡La gloria, Filípides resucitado!

Fotos de Terry Mangino