Rafael Alonso Solís

    En la historia de la Humanidad escrita por Yuval Noah HarariSapiens, De animales a dioses– se explica la forma en que nuestros antepasados antropoides permanecían agrupados con cierto sosiego en pequeñas manadas, de no más de 30 o 40 individuos, mientras deambulaban por ahí en busca de alimento. Hasta alcanzar ese número debía ser sencillo para el líder mantener tranquila a la cuadrilla sin más necesidad que un par de rugidos o  una exhibición de colmillos. Como mucho una dentellada a tiempo, idealmente en zona dolorosa. Si las cosas iban a más, lo que ocurría cuando algún macho ambicioso y agresivo decidía competir por la jefatura, es probable que el conflicto devengara en confrontación inevitable, la cual, una vez iniciada, no podría finalizar más que con la derrota definitiva de uno de los oponentes, que a buen seguro sería despellejado y sus restos, tras una jornada de maceración en jugo de bayas salvajes, acabaría sirviendo de alimento rico en proteínas para el sostenimiento del grupo. Es previsible que la comunión gastronómica contribuyese a reforzar el liderazgo del jefe si el vencedor había sido el dirigente conocido, o a hacer emerger al nuevo, con la ilusión que eso siempre provoca en los súbditos. La vida en las praderas debía transcurrir así, con cierta placidez y sin más preocupación que la alimenticia, siempre que se mantuviese el tamaño de la tribu, ya que en el momento en que el número de individuos que la formaban superaba la masa crítica surgía el caos, discutían por nada y acababan eliminando a los disidentes o expulsándolos del entorno familiar de mala manera. El mundo ocupado por los antecesores de la especie humana, aunque reducido a ciertas zonas de África, Europa y tal vez Asia, debía estar ocupado por multitud de pequeñas comunidades endogámicas sin relación alguna entre ellas y, desde luego, incapaces de establecer algún primitivo elemento de cooperación entre las mismas. ¿Cómo fue posible en ese escenario que algunas tribus fueran capaces de agruparse e, incluso, comenzaran a diseñar ciertos objetivos comunes, a redactar un plan estratégico y a diseñar una hoja de ruta? Según Harari –que no cae en la simpleza de relacionar el punto de inflexión con la visita de una avanzada civilización extraterrestre, ni a la intervención de alguna deidad aburrida por la falta de retos–, la clave fue la invención del mito, la aparición del relato original como fuente de identificación colectiva, el nacimiento de la ficción como creadora de almas e identidades. hinchas

    Aunque seguramente elementales en sus inicios, los relatos míticos tuvieron el efecto de integrar a los miembros de las pequeñas entidades tribales en torno a una fantasía común, tan irreal como atractiva, siempre con el componente unificador que tienen los cuentos, que ya desde entonces comenzaron a formar parte de la historia y religión colectivas. Todo se comenzó a explicar como parte de un destino trazado desde no se sabe dónde ni por quién. Poco a poco, como lógica consecuencia, comenzaron a fabricarse banderas.

 

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