Rafael Alonso Solís
Hace unos días falleció Jake LaMotta, ex campeón del peso medio cuya mayor gloria fue pelear seis veces con Sugar Ray Robinson, ganarle en una y no ser noqueado en ninguna. La Motta boxeó hacia finales de los cuarenta y principios de los cincuenta. Las crónicas de la época, bañadas en humo y sudor mezclados con testosterona, dicen que hizo guantes con Robert De Niro para el rodaje de El toro del Bronx, la gran película de Scorsese. Probablemente fue al revés y, según la teoría de la influencia de Bloom, fuera De Niro quien enseñara a LaMotta los movimientos de la cámara para que pareciese más real, o que todo se tratase de un arreglo entre italianos. Una noche en que los garitos del Bronx estaban cerrado entré en el Savoy y, para mi desgracia, me encontré con José Luis Alvite dormitando sobre la barra. Cuando quise escapar ya era tarde: me reconoció y me obligó a invitarle a un trago. A cambio me contó la historia de Franquie Carbo y Frank “Blinky” Palermo. Carbo procedía del clan de los Luchese, donde había trabajado como matón y aprendido la técnica de la extorsión. Aún hay quien dice que participó en alguna matanza de irlandeses ordenada por Capone. Palermo, por su parte, llevaba años dirigiendo el juego sucio en el boxeo americano, amañando combates, encumbrando a paquetes hasta el momento en que dejarlos caer proporcionaba beneficios a los políticos de Nueva York. A Ike Williams –que denunciara los manejos de la mafia en torno al boxeo profesional de la época– llegó a hacerle campeón de los ligeros hasta que perdió por puntos frente a un boxeador llamado –otra vez la influencia– Jimmy Carter. Jonny Saxton tenía un record de treinta y nueve triunfos en cuarenta combates, pero se sumergió en el descrédito bajo el amparo de Palermo. Los dos socios, Carbo y Palermo, adquirieron el contrato de Sonny Liston a finales de los cincuenta y lo manejaron durante diez o doce peleas. No es de extrañar que LaMotta cayera en sus manos en algún momento, antes o después, ni que le hicieran enfrentarse a Robinson en seis ocasiones, perdiendo en cinco, sin que, como dijo el mismo LaMotta, acabara desarrollando diabetes por el repetido roce con Sugar Ray. Dado el tamaño de su abdomen cuando se dedicó al show business, es bastante probable que sufriese de un irresistible síndrome metabólico, pero que no le diagnosticaran oficialmente la diabetes debido a que, en esa época, los endocrinólogos tenían la manga muy ancha. Según Alvite –o quien se lo hubiese contado a él–, Carbo y Palermo no actuaban solos, sino que trabajaban para la élite financiera de la época, que operaba en la Costa Este y comenzaba a construir los cimientos de la banca moderna. Enfrentar a dos runging bulls para ganar dinero con las apuestas no era otra cosa que un ensayo para negocios mayores. Si los dos se mueven por identidades, el choque puede resultar más fácil.