SAM_3899

Rafael Alonso Solís

          Hace un rato, mientras leía las últimas páginas de Stoner –la magnífica y triste novela de John Williams–, me han comunicado el fallecimiento de un amigo en Madrid, a las 24 horas de ingresar en el hospital y, muy probablemente, como consecuencia de su apareamiento con Covid-19. Nos habíamos conocido cuando ambos teníamos siete u ocho años, mientras nos preparábamos para el ingreso en el bachillerato. Por lo tanto, hemos compartido parte de nuestro destino durante más de seis décadas, lo que ha llevado a cruzarnos sueños, relatarnos amores inventados y compadecernos de nuestras debilidades. Periodista de éxito en la crónica frívola de la noche madrileña, era un poeta y lo sabía. Un poeta que recibió un solo premio y escribió un único libro de versos, al que tituló –con el acierto de los escritores malditos, de los que gustaba formar parte– La noche en ti bebida, una breve antología de los miles de versos que escribía de madrugada, en las servilletas de los garitos, y regalaba a las «mujeres de tobillos finos». En el prólogo, que tuve el ya irrepetible honor de escribir, recordé cómo sus versos surgían de la noche y se alimentaban de un recuerdo del paraíso perdido, en forma de un manojo de rumores que olían a nostalgia, a fatiga carnal y a memoria abrazada de adolescencia, de aquella época remota en que la poesía nos rozaba como un bálsamo curativo en medio del gris de la calle. Poemas en los que los sonidos y su resonancia parecen emerger de ese pozo sin fondo del que bebieron Lorca y Baudelaire, Rimbaud y Vallejo, y que están teñidos de ese mejunje embriagador que hierve la sangre y la memoria de cada ser, condenados como estamos a repetirnos, una y otra vez, y sin descanso, la historia de nuestro amor. La poesía es un conjuro que únicamente surte efecto en instantes inesperados, cuando la palabra alcanza esa altura soñada a la que la vista no llega y solo el delirio la roza sin aliento. Es en esas ocasiones cuando el verso debe decirse en voz alta como única prueba de su pureza, como hacía él en un tono ronco, de tabaco cocido y vino envejecido en barrica de madrugada, con un sabor testicular en el que se mezclaban el grito y el llanto, la angustia y la pereza, hasta llegar a la aceptación de estar grabando la última cinta, puliendo la última rima nocturna, cansados los pulmones por el esfuerzo del último suspiro. Ahora, transmutado en Ramón Sijé, solo queda recordar cuando confesaba tener celos de las calles por la ausencia de amores inexistentes, y repetir el poema con que cerraba su antología, escrito con casi diez años de anticipación: «Escribirás el último poema/y siempre habrá una mujer/para decirle… es para ti./Tomarás la última copa/y siempre habrá una mujer/para decirle… es por ti./Llorarás el último silencio/y no habrá esa mujer/para decirle… es sin ti». En el último momento, no hubo copa, ni mujer alguna a su lado.

_DSC0349


El homenaje de los amigos de Lino

  Alfredo

Hace 24 horas que nuestro entrañable amigo Lino Velasco ha muerto. Su cuerpo cansado y ya sin luz reposa sobre una pista de hielo hasta que tome tierra o fuego cuando los servicios municipales consideren llegado su turno.
Ha muerto solo, con la misma frialdad que despide su última morada.
Tal vez, desde la orilla del otro lado, esté mirando nuestro desconsuelo con una copa de Rioja frío en una mano y un cigarrillo entre sus labios, acompañando a una condescendiente sonrisa.
¡Debería ser así, joder!


Gabriel de Araceli

Anarquista conservador, liberal y libertario, no cambiabas el oro por la legión de honor que te dio la república de la noche… y aquellos amores imposibles de marquesas que te perseguían en tus sueños de Bradomín por Argüelles y el Gijón, las crónicas malditas de sombras esquivas en courier new de las olivettis, el black lavel del Johnny Walker y el humazo de los camel sin filtro. Y aquella voz ronca de mastín y rioja a media mañana y amores desvelados en tus paraísos perdidos de tus versos acompañado por Baudelaire. Lino, otra hoja que se nos desprende del calendario de la vida.

Tout droit dans son armure, un grand homme de Pierre

Se tenait à la barre et coupait le flot noir;

Mais le calme héros, courbé sur sa rapière,

Regardait le sillage et ne daignait rien voir.   


Pascual Izquierdo

     De poetas a un poeta

   Curiosas coincidencias que depara el azar. También yo acabé hace dos días el libro de Stoner, leído con interés y desasosiego porque en estos tiempos sombríos parece que la mirada se oscurece y la vida, en su fragilidad, se parece cada vez más a la escarcha.

     Me quedé ayer sobrecogido por la noticia sobre Lino. Sobrecogido y aturdido por esa noticia y la de tantas muertes, de tanta vorágine de muertes y catástrofes…

       Tiempos muy sombríos. Parece que sobre nosotros se cierne un nuevo apocalipsis que no sabemos cómo espantar. Quizás sirva de alivio el intercambio de estas reflexiones, o el leer un poema que le publicaron ayer a Ezequías Blanco en el diario La Opinión de Zamora, un poema extraído del último libro suyo de poesía que recrea la estancia hospitalaria exigida por una operación de columna. El libro se titula Tierra de luz blanda y el poema, «Paisaje después de una batalla», aporta un destello de esperanza. Se puede leer en

https://www.laopiniondezamora.es/zamora/2020/03/29/paisaje-despues-batalla/1234245.html


Rafa Alonso

     Yo llevaba dos días leyendo Stoner, subyugado por la tristeza del libro y su precisión narrativa, que a veces parece el diario de una vida permanentemente frustrada y vacía, con solo pequeños espacios de felicidad que nunca duraba lo suficiente. Es decir, que estaba contemplando la forma en que algo se aproxima, casi dulcemente, al final. Sonó el aviso de mi móvil y vi que era un mensaje de un amigo. Inevitablemente lo relacioné, porque a Lino le habían ingresado el día anterior en muy mal estado, y lo único que sabía es que estaba en urgencias.  Cuando me recuperé volví a Stoner y me pareció, como ocurre a veces, que una macabra coincidencia los había reunido.  Como él mismo decía, «había tenido una vida muy loca», lo cual era cierto a pesar de que amores reales y ficticios siempre estuviesen mezclados.


Doña Ana de la Robla

La desaparición de un poeta de libro único siempre es lamentable. Esos autores fugaces encierran en sí algo muy parecido a la verdad.


Emilio Pascual Martín

Bella y sosegada elegía, que bien podría haberse titulado Linostoner…
D.E.P.