Ángel Aguado López (Texto y fotos)
—ENTONCES, DONY, QUÉ HAGO. ¿Echo la cerilla a la Amazonía?
—Bolsy, te he dicho mil veces que no me llames aquí, que la Pelosi lo mismo me ha intervenido el teléfono. Estos demócratas son insaciables, no buscan más que joderme. Yo te llamo, yo te llamo —y Dony cuelga de malos modos, deja el putter en un rincón, se dirige hacia el espejo del despacho oval y se restriega con saliva el flequillo.
«Estoy rodeado de payasos, coño, primero el Zelensky. ¡El lío en que me ha metido el de Ukranistán!, o como se llame el país ese que quiere invadir el bueno de Vladi. Y ahora el Jair. Incapaces de tomar decisiones por sí mismos. Si hay que quemar una jungla, pues se quema. Ya nos cargamos medio Vietnam con el agente naranja. ¡Pues con el Amazonas igual! ¿Que se quema? ¡Que se queme! Total, si no hay más que monos e indígenas, que son como monos pero con plumas. ¡Salvad la naturaleza, salvad la naturaleza! Pero para qué, coño. A ver si van a comparar esa selva con mi mansión en Florida, que da gusto verla. Una legión de clandestinos que me arreglan los parterres a diario. Y sin cobrar. El milagro económico, digo yo, solo por el permiso de residencia, que ya veremos, que ya veremos… Los dreamers, los dreamers… Además, ¿cuántos aborígenes viven ahí con los monos? ¿Cinco mil, veinte mil? Pues los enviamos a cualquier favela de cualquier ciudad de mierda del cono sur para que se civilicen y se dejen de pendejadas. ¡El cambio climático, el cambio climático! Yo en mi tower no noto que haya cambio climático. Que hace calor, pues pongo el aire acondicionado. Que hace frío, pues pongo la calefacción. ¿Dónde está el problema? Estamos rodeados de comunistas y enemigos del imperio».
Suena el teléfono rojo y Dony lo descuelga. Se oye la voz de un asistente.
—Señor presidente, es Xi-Jinping.
—Pásemelo —«¡Otra vez el muermo amarillo! Qué pesado, ni siquiera juega al golf» se dice para sí. Espera unos segundos hasta que la voz del intérprete se oye por el aparato.
—¡Xiping, hello! No, no te preocupes. De lo de Huawei nada de nada. Nosotros tiramos lo que nos sobra y tú echas, en correspondencia, lo que quieras a la atmósfera. No, a lo de Madrid no vamos, no… no, es que Melania me pone la cabeza como un bombo con eso de que no la toque en público… ¡Estas feministas!… Sí, Xinjing, sí. Del CO2 nada de nada, lo que tú quieras, como si fuera tu planeta. ¡Tan amigos, Pinxign, tan amigos! Y cuando quieras nos hacemos unos hoyos para que mejores tu hándicap. Sí, aquí, en Florida. Yo te llamo, Xijing, yo te llamo —y cuelga. Recupera el hierro y se dispone a embocar en un agujero que ha hecho debajo del escritorio Resolute. Acierta. «Tengo que poner un green en el despacho, con hierba de esa verde, nada de artificial, para que vean que soy ecologista de verdad, darle un uso a esta oficina. Y a Trudeau le voy a llenar Alaska de pozos de petróleo, para que se ande con bromitas con Emmanuel y el Boris en Buckingham. Que se vayan preparando, que me voy de la OTAN. Verás qué alegría se lleva Vladi, verás qué risas cuando se lo cuente. Yo aquí, calentito en mi tower. ¡Que sube el nivel del mar… que suba!, que aquí no llega».
TODOS SE APUNTARON A LA MANIFESTACIÓN contra el cambio climático que se desarrolló el pasado 6 de diciembre coincidiendo con la cumbre que se celebra en Madrid. Indios mapuches chilenos mezclados con feministas, indígenas amazónicos, percusionistas zurrándole al bombo con malabaristas, activistas de Geenpeace, de Seo Bird Life, de Nucleares No, de Ecologistas en Acción, pancartas en contra de los vertidos fecales al río Guadarrama, de seguidores asiáticos de la iglesia del dios todopoderoso, contra la mina de uranio que se pretende abrir en Salamanca, o antitaurinos.
Es difícil cuantificar el número de asistentes. Los casi seis kilómetros del recorrido, ocupados los treinta metros de la vía central del Paseo del Prado, de Recoletos y Castellana, multiplicados por el factor de 0,2 ocupantes por metro cuadrado (muy desigual la ocupación de la calzada) dan un resultado de 36.000 manifestantes, cifra más próxima a la ofrecida por la Delegación del Gobierno (15.000) y muy lejos del medio millón de personas que apuntó la organización, cifra absolutamente imposible.
Ninguna de las autoridades locales, Ayuntamiento y gobierno autónomo, prestó el más mínimo interés por la presencia de la activista sueca Greta Thunberg en Madrid, que resultó más bien molesta para ellas y desató las críticas y rechazo de los medios de comunicación “liberales”, que la tildaron de incómoda alborotadora y absentista escolar procedente de una familia desequilibrada y rara, venida del país del frío en un catamarán inaccesible para cualquier ciudadano común.
Los jardines, parques, calles y papeleras por donde transcurrió la manifestación se llenaron con posterioridad de carteles, papeles y misivas abandonados. El actor Javier Bardem, al final de la marcha, pronunció en la tribuna de oradores unos saludos poco afectuosos para el señor alcalde o el lejano presidente Trump, diana de muchos de los carteles acusatorios del cambio climático. Sin proponérselo, Bardem logró que la intención de la protesta se viera eclipsada por sus palabras, rápidamente aprovechadas por los políticos para distraer la intención ecologista de la manifestación. Tras las más de tres horas que duró la concentración, los manifestantes contra el cambio climático y el desastre ecológico se expandieron por la ciudad, abarrotada del gentío habitual en estas fechas próximas a la navidad.
Las grandes potencias económicas, las que más contaminan, no están presentes en la cumbre contra el cambio climático. Conseguir los objetivos previstos de emisiones 0 a la atmósfera en 2050 resulta una cima inalcanzable. El futuro de las próximas generaciones sigue pareciendo un mar de plásticos a la deriva en medio del océano Pacífico. Al final, las obras quedan, las gentes se van. La vida sigue igual.