Gabriel de Araceli. Fotos de Terry Mangino
En cualquier época, el poder siempre ha distraído a los ciudadanos información que pudiera perjudicarle. Las calles de las grandes ciudades están llenas de monumentos engañosos que ocultan la historia y dan protagonismo a anécdotas patrióticas con el fin de tapar sucesos molestos para los poderosos. En un rincón de la Plaza de Oriente, en Madrid, se alza una estatua-homenaje al valor del capitán Ángel Melgar y Mata, muerto en la Guerra de Marruecos de 1909. Un héroe condecorado con la máxima distinción militar: la Laureada de San Fernando. Pero los fastos del pequeño monumento esconden sucesos más terribles. El afán lucrativo de la oligarquía financiera española, empeñada en extraer toda la riqueza minera del Rif se pagó con una cruel derrota militar y la vida de más de cien soldaditos españoles. Aquello, hace 110 años, fue el desastre, o la carnicería del Barranco del Lobo.
La pérdida, en 1898, de las últimas colonias del imperio español de ultramar, Filipinas, Puerto Rico y la perla de la corona, Cuba, provocó una desmoralización nacional que alcanzó a todos los estamentos de la sociedad y del poder. La vacilante monarquía regentada por María Cristina de Habsburgo y los gobiernos alternativos, conservador y liberal, eran incapaces de afrontar un fracaso que convertía a España en un país derrotado, de tercera fila, sin ninguna relevancia internacional. Era necesario dar salida a toda aquella frustración nacional y buscarle al ejército un entretenimiento con el que, además, realizar un servicio a la patria y recuperar el honor perdido.
En 1904 Francia e Inglaterra ratificaron la Entente Cordiale, un neocolonialismo, una manera de repartirse África a su antojo. España se apunta a los despojos y consigue las migajas del protectorado de Marruecos. Una forma de hincarle el diente a un territorio con riquezas minerales. En 1907 se crea la Sociedad Sindicato Minero de Minas del Rif, que se apresta a extraer todo el hierro que pueda de África, y acomete una gestión empresarial basada en sobornar a los sultanes locales para conseguir su protección y su influencia en la zona. El accionariado de la Sociedad lo forman personajes tan influyentes y aristocráticos como el Conde de Romanones (un terrateniente con inmensas propiedades en Guadalajara, político conservador y jefe del Gobierno en tres ocasiones) o el Conde Güell, financiero santanderino, dueño de una considerable fortuna y coleccionista de arte. El saqueo que Francia y España aplican metódicamente a esta zona de Marruecos crea envidias y tensiones entre las cabilas que habitan este lugar del Magreb, en las que se mezclan los nacionalismos, el reparto de los cohechos, el rechazo al invasor extranjero y la lucha por el poder local. Además, España ha mantenido desde 1860 guerras constantes en la región y es considerada un enemigo.
Los incidentes y enfrentamientos contra los intereses de la oligarquía española se desatan a comienzos de julio de 1909. Un grupo de trabajadores españoles que construía el ferrocarril minero cerca de Melilla es atacado por cabilas rebeldes, muriendo cuatro obreros. El gobierno conservador de Antonio Maura lo considera un problema de orden público, pero envía a la zona a tres brigadas del ejército formadas en gran parte por reservistas, antiguos soldados integrados ya en la vida civil, ajenos a la milicia, sin ninguna preparación y con cargas familiares. La escalada de tensión va en aumento, se producen nuevos ataques y hostilidades constantes y el 29 de julio en el Barranco del Lobo, a escasos kilómetros de Melilla, el ejército español sufre una humillante derrota con más de cien muertos. Los reservistas son cazados como conejos por los tiradores marroquíes desde las alturas del barranco.
Los obreros de la mina
están muriendo a montones
para defender las minas
del conde de Romanones.
que luego los asesina.
(Coplilla popular de la época)
La opinión pública arremete contra el gobierno por una guerra que no quiere, que es costeada con la sangre de los españoles más pobres. En Barcelona se declara una insurrección cuando son embarcados rumbo a Melilla los jóvenes movilizados provenientes de familias obreras sin recursos. Los ricos pagaban y no iban a la guerra. La tensión entre obreros y fuerzas del orden va en aumento y hace necesario el envío de fuerzas policiales y del ejército. Desde el 26 de julio al 2 de agosto de 1909 Barcelona vive una “Semana Trágica” que acabará con la vida de 78 personas y un rechazo al gobierno conservador de Maura y a la figura del rey Alfonso XIII. Además, pacificada la rebelión en la Ciudad Condal, el gobierno emprenderá una sangrienta represión contra aquellos que han intervenido en la revuelta ejecutando a cinco personas.
Y quizás como venganza por una anterior vejación que había quedado sin respuesta —el atentado perpetrado por el anarquista Mateo Morral contra los reyes el día de su boda, el 31 mayo de 1906—, el ejecutivo conservador fusila al pedagogo libertario Francisco Ferrer Guardia, acusado con pruebas falsas de formar parte de los revoltosos y al que se tenía como modelo ideológico de Morral. Un hecho que provocó protestas internacionales y costó a Antonio Maura la dimisión.
La Sociedad Sindicato Minero de Minas del Rif siguió su actividad en el Protectorado de Marruecos hasta su disolución, en ¡1984!, mientras que el ejército español siguió pacificando el territorio, protegiendo así los intereses de la oligarquía. Con posterioridad se repitió la historia. En julio de 1921, la persistencia en la política colonialista y las acciones negligentes del ejército africanista llevaron a otra derrota aún peor: El Desastre de Annual.
De todo esto, sin embargo, nada se dice en este pequeño monumento erigido en 1911 y restaurado en 2009. A la Sociedad Sindicato Minero de Minas del Rif todo aquello le salió muy barato. Se pagó con la vida de los soldaditos valientes. Alfonso XIII, siempre generoso, cedió sitio y mármoles para honrar la memoria de aquel héroe, el capitán Ángel Melgar y Mata. Además, le concedieron una medalla, la Laureada.
Soldadito español, soldadito valiente
La Guerra de Marruecos de 1860 que emprendió el general Leopoldo O’Donnell (1809-1867) fue una maniobra de distracción para unificar en torno a sí a la opinión pública y acallar el descontento que provocaba su gobierno en los últimos años del reinado de Isabel II. Una ola de patriotismo racial se extendió por el país, al que se unió contra los infieles la Iglesia y sectores ultraconservadores como el carlismo. Con la excusa de proteger Ceuta y Melilla también se daba pábulo al expansionismo colonialista africano, que sustituía a la pérdida de las colonias americanas. Hubo más de 10.000 muertos, 4.000 de ellos españoles. Algunos generales (Prim, Ros de Olano, Juan Zavala de la Puente) que ganaron a las cabilas en la batalla de Wad-Ras fueron los que proclamaron la revolución de La Gloriosa, en 1868, y derrocaron a la reina de los tristes destinos.