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Agustina de Champourcin. Fotografías de Terry Mangino

Que fueran 200 o 2000 los muertos en el bombardeo contra la población civil de Guernica, el 26 de abril de 1937, es indiferente. Todos fueron víctimas de la monstruosidad de una guerra con la que un grupo de generales homicidas se enfrentaba a un gobierno elegido democráticamente en las urnas y subvertían el orden por el terror.  No era, sin embargo, la primera vez que las fuerzas rebeldes del Caudillo atacaban a la ciudadanía indefensa. También, con el apoyo de la Legión Condor, el ejército golpista había bombardeado unos días antes Durango, el 31 de marzo anterior. Y se habían aplicado con saña durante el asedio de Madrid, en noviembre de 1936. Y continuarían haciéndolo durante toda la contienda en numerosas ciudades, Málaga, Barcelona, Alicante, etc. Se recurría al terror como arma de guerra. Y a los muertos como botín victorioso.

 La historia se repite una y cien veces. Las víctimas de Guernica son las mismas que en la Franja de Gaza asesina el genocida Netanyahu. Las imágenes que a diario nos vomitan los telediarios son iguales que las históricas en blanco y negro del paisaje desolado de Guernica. Edificios en ruinas, niños muertos, cuerpos mutilados, hospitales arrasados, cadáveres abandonados entre los escombros, destrucción y horror… todo para mantenerse en la cúspide del terror y defenderse de las acusaciones de fraude, soborno, corrupción y abuso de poder que pesan sobre él cuando era presidente israelí durante sus anteriores gobiernos. Muertes inocentes para guarecer a un tirano imputado en crímenes de lesa humanidad y satisfacer la soberbia del pueblo elegido.

La repercusión internacional que tuvo el bombardeo de Guernica sorprendió a los mandos golpistas, que negaron su participación en la catástrofe con la connivencia de la Iglesia hasta 1971. «Toda la operación fue un experimento sobre el terror, diseñado para causar el mayor número posible de víctimas civiles»*. Los tiranos encuentran siempre excusas para justificar sus barbaries. Franco culpó a la República del holocausto de Guernica; Netanyahu señala a sus víctimas y a las protestas que se oyen en todo el mundo de propaganda antisemita; o Putin acusa a Occidente de injerencia en la invasión de Ucrania. A los tres les une la misma bandera: la muerte de inocentes.

Los argumentos exculpatorios reflejan la personalidad insensible de los psicópatas que manejan las armas y se absuelven de su barbarie con el ajusticiamiento del contrario: «No estoy interesado en el territorio, sino en los habitantes», declaraciones del general Franco al embajador italiano Roberto Cantalupo cuatro días después del bombardeo**. O «Los pueblos pagan sus pactos con el mal y su protervia en mantenerlos», la respuesta del Cardenal Gomá a la carta del cura Alberto Onaindia, escrita el día después del bombardeo, en la que el sacerdote se quejaba del terror desplegado sobre la población civil por el ejército de Franco***.

El Museo Reina Sofía se llena de turistas que contemplan con prisas «el Guernica de Picasso» como un objeto de consumo más, como una extravagancia pictórica de un artista genial pero raro, sin profundizar en las expresiones violentadas de sus figuras ni en sus rostros abrasadas por el dolor, sin meditar sobre la actualidad de su denuncia contra las guerras y solidaridad con las víctimas inocentes. «El Guernica», una atracción turística más, un lugar donde hacerse una foto y correr después a zamparse una de bravas en uno de los concurridos bares de la glorieta de Atocha. Arte banalizado, efímero, de usar y tirar. Los muertos de entonces y los de ahora son los mismos y no les importan a nadie. Los tiranos ganan siempre las guerras, el campo queda sembrado de cadáveres que los periodistas, esos seres incómodos para el poder, se obstinan en enseñar en los informativos y a los que hay que exterminar. Sobre todos si son palestinos. Tal vez mañana sean veinte los niños asesinados por Netanyahu en la franja de Gaza. O veinte los cadáveres sin enterrar en Ucrania. ¿Y qué? Sálvese quien pueda. Ya tengo mi foto con el Guernica. Camarero, por favor, una de calamares. ¡Marchando!

*La Guerra Civil española. Página 282. Paul Preston. DEBOLSILLO. 2011

**Roberto Cantalupo, Fu la Spagna. Ambasciata presso Franco. Mondadori, Milan, 1948.

***Cardenal Gomá al cura Onaindía. 5 de mayo de 1937. Archivo Gomá. Documentos de la Guerra Civil. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 2003.

LECTURAS RECOMENDADAS:

80 aniversario del bombardeo de Guernica

La Guerra Civil Española. Paul Preston. 2017. De Bolsillo.

El holocausto español. Paul Preston. 2011. Debate.

Quizás el terror que reproduce el libro impida que usted acabe su lectura.

Carta enviada por Max Aub a Luis Araquistain, embajador de la República Española en Paris, el 28 de mayo de 1937, en donde le informa de las conversaciones mantenidas con Picasso para la realización del Guernica y el precio que pagó el gobierno de España por ella, 150.000 francos franceses del momento. El documento sirvió como acta notarial para demostrar la propiedad del estado español sobre la obra. Original conservado en el Museo Reina Sofía.