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Carmelita Flórez

11’08’’ marcaba el cronómetro al paso de la elite por el Km 4,3. Un tiempo inferior a 2’50’’ por Km, algo sólo reservado a los grandes atletas de las altiplanicies africanas. El resto, el populacho, más de 45.000 corredores, se tomaba la carrera como una diversión para despedir el año y justificar el exceso de ingesta que ha hecho de occidente la bandera de su ser privilegiado. Comida frente a hambre, consumo frente a la destrucción de las bombas, inmediatez frente a la amenaza de exterminio que muestran todos los días las televisiones, agradecimiento por haber recorrido un año más la senda tenebrosa de la vida. Carpe Diem. Una traslación desde el poderío económico, brillante y social del barrio rico, Chamartín, al humilde, poblado, feo y remezclado aglutinamiento de gentes de la batidora de Vallecas. De la calle de las embajadas americana, francesa, la grandeur, o marroquí; de la Residencia de Estudiantes donde flirteaba el poeta Lorca con Dalí y Buñuel; de los bustos de bronce de Ramón y Cajal y Severo Ochoa en el jardín del Consejo Superior de Investigaciones Científicas; de la aristocracia educativa del Ramiro; de la casa donde Ava Gardner celebraba sus fiestas gitanas y llamaba maricón al general Perón; al lado de donde el almirante Carrero Blanco rindió su último servicio a la patria: “E volavo, volavo felice più in alto del sole ed ancora più su”; del museo del amante de doña Emilia, Lázaro Galdiano; de las tiendas de lujo: Gucci, Loewe, Louis Vuitton, Ermenegildo Zegna, etc., de la ostentación y el esplendor de la gente guapa a la supervivencia de los latinos gordos, ebrios, feos y malvestidos que se alimentan de aceites refritos y ceviches de ají panca; a las tiendas de los chinos y su aloz tles delicias; al territorio de los paquis invisibles para el paseante y explotados que se buscan la vida vendiendo chucherías navideñas que nadie compra. Un paseo del todo a la nada. Un comienzo y un final que desciende por el Aqueronte de la calle Serrano para desembocar en el hades de la Avenida de la Albufera. Un viaje que cada corredor emprende al interior de uno mismo agradeciendo a Caronte que le haya mantenido en su barca un año más sin daño ni tara. Beatus ille. Y tras ese frenesí de zancadas, sudores y pulsaciones y la arribada nocturna al campo del Rayo, el regreso a la realidad del metro abarrotado de congéneres y la incertidumbre, la intuición de que hay que correr, correr mucho y sin descanso para huir del destino chungo, cruel y canalla antes de que te atrape y te engulla en el desamparo de la mediocridad y de la existencia cotidiana. Tempus fugit.

Fotografías de Terry Mangino
















que sobre poblaciones del tercer mundo ejercen las multinacionales de la moda deportiva para conseguir precios irrisorios en sus productos que venden después al primer mundo rebasarían ampliamente el objeto de esta crónica, pero merecen analizarse detenidamente por parte del deportista.
©Fotografías de Ángel Aguado López