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Ayatola Jameini, Islamismo, Jaume Plensa, Julia, Mahsa Amini, Represión en Irán
Agustina de Champourcin
JULIA SUEÑA AMANECERES DE ABRAZOS Y ESPUMAS DE BESOS. La brisa le acaricia las mejillas, el paseante la contempla embelesado e imagina un despertar entre su pecho agitado y su boca encendida. La Plaza de Colón se dibuja a sus pies como unas enaguas que le alzaran del ruido de la ciudad.

Un sábado cualquiera, un poco más allá unos manifestantes protestan por la barbarie que los ayatolas perpetúan a diario en Irán, en la antigua Persia, en la Mesopotamia que la historia señala como el comienzo de la civilización occidental. Las autoridades han matado a una mujer en Teherán que no llevaba su cabeza bien cubierta por un trozo de tela. Fue el 16 de septiembre. Delito terrible el suyo, Mahsa Amini, veintiún años, contravino las normas islamistas, lucía su orgullo de ser mujer y quería ser libre. Su juventud y su velo torcido, un poco suelto, dejaban ver sus cabellos al viento mecidos por un suspiro. Tal vez soñaba besos de espuma, tal vez amaneceres agitados, o quizás, simplemente imaginaba prender una rosa en su melena escondida. Encendió la ira patriótica, o mística de la Policía de la Moral, que la retuvo para reeducarla en los valores islámicos de la fe, tal vez para reducirla a la condición de hembra estatua. Y se les fue la mano en la educación y Masha salió cadáver de la comisaría. Delito nefando el suyo. Aspiraba a la felicidad. “Ayatola no me toques la pirola” cantaba aquella banda de rock gamberro de los ochenta. La barbarie de ahora es la misma de entonces, no pasa el tiempo por las dictaduras, los integrismos religiosos sumerjen de nuevo al ser humano en la caverna de la ignorancia, en la negación de la razón, media humanidad vive bajo los regímenes del terror que enarbolan cualquier bandera religiosa para reprimir al individuo. La libertad es una excepción para el hombre, un privilegio desconocido en medio mundo. Aquí, a la vez de allí, unos simpáticos universitarios bramaban su machismo desde los balcones de un colegio mayor.

A la muerte de Mahsa Amini siguieron las de otras decenas de muertes de ciudadanos —qué es eso en Irán— que protestaban por la muerte de Mahsa, por la ejecución sumaria de una mujer joven. Quizás por eso Julia cierra los ojos, tiene miedo, y quisiera compartir con Mahsa la aventura de vivir, de pasearse con el amado de la mano, de perseguir mariposas de colores por el jardín de la vida, de ilusionarse cada mañana al abrir los ojos y llenarlos con la luz de la existencia. O quizás por eso Julia aprieta sus párpados, porque sabe que los tiranos no cederán en su afán de esclavizar a las mujeres, porque siente pena por las mujeres iraníes y rabia ante la brutalidad de los iluminados integristas sin conciencia, esos bárbaros verdugos de la fe redentora de las religiones.
Julia sueña, quizás, que besa los labios de Mahsa Amini. Le gusta. Y cierra los ojos.






