LECTURAS DE VERANO
Gabriel de Araceli
La losa del tiempo oculta los recuerdos de los hombres. Los hechos que forjaron la existencia desesperada, o heroica, de una generación se llenan de polvo en las librerías esperando la mirada de un lector que los rescate del olvido y les dé nueva vida. “Testimonio de dos guerras”, un libro escrito en 1969 y publicado en España en 2005, llevaba casi dos décadas dormitando en una estantería sin que nadie se interesara por su palpitante tejido celular de palabras surgidas de la terrible historia española y europea de la que el autor fue protagonista. O víctima. ¿Pero quién fue Manuel Tagüeña Lacorte del que apenas nadie si recuerda algo de él? El general Vicente Rojo lo cita en su libro “Historia de la Guerra Civil española” como uno de los mandos intermedios que participó en la Batalla del Ebro. Preston también lo cita dos veces en su obra monumental “La Guerra Civil española”. Y poco más.

Sí, Manuel Tagüeña fue un militar a su pesar que se vio envuelto en el torbellino de la historia cuanto todo apuntaba a que sería uno de los genios científicos más brillantes, alumno de Blas Cabrera, que alumbraría nuevos descubrimientos físicos de los que tanto necesitaba la sociedad española. Nace Tagüeña en Madrid en 1913, reside en la calle Huertas, 20, y con veinte años ya es licenciado en Física y Matemáticas y Premio Extraordinario por la Universidad Central. Toda una promesa para la Ciencia que el destino chungo, cruel y canalla se empeña en frustrar. Los tiempos revueltos de la II República, sobre todo los del Bienio Negro, le incitan a participar en algaradas estudiantiles y afiliarse a la FUE, un sindicato universitario dominado por los comunistas, pero en el que también se integraban falangistas en un revuelto ideológico sazonado por la pasión intelectual y el desenfreno pistolero. Su carrera como profesor de Enseñanza Media y sus estudios de doctorado se ven interrumpidos por el alzamiento militar africano de julio de 1936. Su vocación por el estudio queda relegada al mando de unos regimientos que tratarán de impedir el avance sobre Madrid de las tropas insurgentes en la Sierra del Guadarrama. Después, alcanzado el grado de teniente coronel, tomará parte en todas las batallas decisivas de la Guerra Civil: Guadalajara, Teruel, el Ebro, e incluso participará contra el coronel Segismundo Casado en la asonada final que este emprende contra la República en marzo de 1939. Tagüeña tendrá tiempo de refugiarse milagrosamente en Francia en abril de ese año.
Un road movie, así podría denominarse el periplo aventurero al que se ve obligado Tagüeña para salvar el pellejo tras la derrota en la Guerra Civil. Como mando intermedio poco relevante del Partido Comunista español y siguiendo las órdenes del Comité Central deambula por Francia con un pasaporte chileno facilitado por Neruda, entonces embajador de su país en las tierras galas, para viajar a París. También facilitó el poeta un automóvil a Carrillo para que se moviera par le hexagon. Tendrá que trasladarse a New York, acompañado de Irene Falcón, la secretaria de Pasionaria, que pernocta ahí, en New Jersey, en casa de Constancia de la Mora, la hermana roja de Marichu de la Mora, la novia adorada por Ridruejín. Sí, Dionisio. Y de ahí a los Países Bálticos hasta llegar a Moscú donde será destinado como instructor en la academia militar Frunze. Después, y durante los años sangrientos del estalinismo, su porvenir estará ligado a la diáspora surgida durante la tragedia de la 2ª Guerra Mundial. Será su Odisea personal en compañía de su “Penélope”, su mujer Carmen Parga: Polonia, Bielorrusia, Yugoslavia y Checoslovaquia. Con final feliz, después de muchas peleas y sobresaltos con el Comité Central, en México lindo y querido.
Más allá del itinerario viajero, aventurero y familiar de Tagüeña “Testimonio de dos guerras” es un análisis meticuloso de la situación mundial que se vivía bajo el terror del comunismo de Moscú y los crímenes contra la humanidad que el Kremlin cometía a diario sin el menor escrúpulo. Brutalidad genocida, purgas sobre toda la población y represión eran el sello manchado en sangre de Stalin. Empezando por los Brigadistas Internacionales voluntarios en la guerra de España, muchos, supervivientes tras dos guerras atroces, que fueron asesinados por el zar georgiano de todas las Rusias acusados de desviacionismo ideológico en 1949. Stalin, un monstruo capaz de enviar a millones de compatriotas a la muerte sin la menor compasión con tal de permanecer en el poder. Aquel exterminador que firmó con Hitler, el 23 de agosto de 1939, el pacto de alianza nazi-soviética Ribbentrop-Molotov para repartirse Polonia, hecho difícilmente comprendido entre los partidos comunistas satélites de Moscú, pero rápidamente “explicado” a la militancia por la intelingentzia de los politbureaux de la Komintern fieles a Moscú.

Al llegar a Rusia y ver las terribles condiciones en las que vive el pueblo ruso Tagüeña coincide sin saberlo, y sin conocerlo jamás, con Dionisio Ridruejo (divisionario azul voluntario en ese tiempo con la Wehrmacht) en el escrutinio sobre la miseria y abandono que abunda en el paraíso soviético. Además, tiene que afrontar los recelos, sospechas, envidias y rencores entre todos los españoles que estaban en Rusia. Carrillo, Pasionaria, Francisco Antón, Líster, Fernando Claudín, Caridad Mercader, etc., etc., los dirigentes a los que conoce por su cargo. Y sobreponerse con inteligencia de físico a críticas y comentarios sobre el comunismo, a luchas intestinas entre ellos, a venganzas y a amenazas: Carrillo contra Jesús Monzón y León Trilla; todos contra Francisco Antón, el novio de Dolores; contra la fallida invasión para liberar a España de Franco entrando los guerrilleros comunistas por el Valle de Arán ordenada por Santiago en octubre de 1944; Modesto contra Líster, en medio del terror del Kremlin.
Y Tagüeña se sobresalta con las privaciones absolutas que padece la población civil a lo largo de sus viajes por el Asia oriental. «El pueblo soviético vivía sometido a las condiciones más miserables y privado de todos sus derechos». Y describe la inexistente seguridad ciudadana, incluso en Moscú: «Todo eran atracos robos y asesinatos terminada la guerra. Grupos de niños y jóvenes abandonados durante la contienda merodeaban por las ciudades y campos de Rusia convertidos en delincuentes y bandas criminales. Era más fácil vivir al margen de la ley que sometido a la dictadura soviética. El mercado negro de objetos robados en Alemania era algo habitual en la población para poder subsistir ante la falta de los recursos más elementales».
Y, ordenado por la jefatura es enviado a observar, que no espiar, ¿quién pudiera pensar una cosa semejante?, a la Yugoslavia del mariscal Tito. El líder unificador que arrejuntará bajo la bandera de la no alineación a serbios, croatas, macedonios, albaneses, eslovenos, montenegrinos, etc., enfrentados por décadas de odio y dispuestos a matarse mutuamente en cuanto tuvieran una oportunidad. El mariscal Tito, un verso suelto, casi un soneto, en el santoral comunista, que va a su rollo, sin respetar al Kremlin, condenado por traición al comunismo, y rápidamente aclamado como camarada tras la muerte de Stalin. Tagüeña anticipa en su relato la unión artificial que vive Yugoslavia bajo el mandato de Tito. Una simulación falsa de concordia que desaparecerá brutalmente en la guerra de los Balcanes 45 años después.
Y analiza Tagüeña el intento de adoctrinamiento ideológico entre la masa popular que emprende el Kremlin para que sea aceptado el comunismo como una extensión nueva del antiguo zarismo imperial. El ejército soviético adopta uniformes similares a los utilizados en tiempos de los zares. Y son Odessa, Jarkov, Donetz, la península de Crimea los mismos escenarios bélicos controlados por Moscú que ahora se repiten, dos generaciones después, bajo el terror de Putin. Vladimiro, el descendiente natural de Stalin en la perpetuación del horror.
Quizás sea su mente analítica de físico la que desmenuza con severidad y crítica serena el régimen comunista soviético durante la Guerra Fría. Un mundo dividido del que abomina Tagüeña, un idealista comprometido con el ser humano, una situación prebélica que estallará en la guerra de Corea. Su disidencia y visión del comunismo, del que siente aversión tras permanecer en el Partido durante más de veinte años, le inducen a pronosticar la guerra de Vietnam y la crisis de Oriente Próximo con dos lustros de adelanto.

La tensión narrativa literaria del libro avanza hasta alcanzar momentos de intriga estresante, casi desesperada, en su intento de abandonar Checoslovaquia. Los protagonistas, él y su familia, se encuentran en una situación límite acechados por la burocracia de los oficinistas del partido, jugándose su libertad por cualquier decisión arbitraria de los rehenes de Carrillo.
Manuel Tagüeña, luchador incansable y estudioso aplicado, acabaría la carrera de Medicina en Brno, Checoslovaquia, con 41 años. Regresó por un breve periodo de tiempo a España en 1960 para visitar a su madre gravemente enferma. Falleció en México en 1971.
El libro, 737 páginas, cuenta con un prólogo académico y esclarecedor de Gabriel Cardona, XXI páginas más. Incluye una extensa relación de notas biográficas sobre los personajes que aparecen en sus páginas, una cronología de hechos, un índice onomástico, más una relación de los gobiernos de la II República durante la Guerra Civil.
Apareció en España publicado por Planeta en 2005. Tal vez sea usted el cuarto lector que lo lea. Pero lo disfrutará.

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