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cartel_silencio


Cada vez que ingenuamente nos adentramos en Google, o en Facebook, o en Yahoo, o en cualquier buscador, o hacemos una compra, o consultamos nuestro cuenta bancaria, o le mandamos un correo a Emilita dejamos un rastro que queda registrado en el superordenador del gran hermano y que va a permitir utilizar nuestro perfil cibernético tanto por esos bondadosos servidores como por los servicios secretos de los estados para los que, aunque lo nieguen las grandes empresas de comunicación e intercambio de internet son proveedores.
Cada vez que suba al Facebook una inocente fotografía de la mariscada de las vacaciones, o le pinche a un me gusta, o escriba un correo secreto a su amante, u ordene su compra al supermercado del barrio quedarán registrados sus gustos, sus simpatías, sus números secretos, sus hábitos de consumo, o sus preferencias en materias culinarias o de ropa interior. Y no sólo servirán al Facebook o al Google para vender sus gustos a posibles proveedores comerciales de sus consumos favoritos, sino que también trasvasarán esas informaciones a los Estados y a los Gobiernos a través de sus compañías de inteligencia o de espionaje para que puedan controlarle directamente sus cuentas corrientes, desvelar el contenido de sus mensajes íntimos y puedan desarrollar programas de gobierno en los que usted no podrá escapar y será un mero súbdito del que sabrán el dinero con que cuenta y su ubicación instantánea a través del número IP y el uso de las cookies y con quién se comunica y su ideología y sus gustos y sus manías.
No es nuevo, ya lo denunció Julián Assange hace unos años cuando reveló a la opinión pública internacional los cables diplomáticos que se intercambiaban los servicios secretos de las democracias occidentales para interactuar a su antojo en el orden (¿orden?) mundial, siempre ocultando información al ciudadano. Lo cual le valió las acusaciones de revelación de secretos y de traición por USA y una tan formal como imprecisa de presunto delito sexual por parte de Suecia. Assange lleva refugiado en la Embajada de Ecuador en Londres desde 2012.

Algo parecido sucedió con Edward Snowden y sus revelaciones sobre las prácticas de la NSA y la CIA a la hora de espiar a los ciudadanos libres de las principales democracias. Snowden, al que Rusia dio asilo político, al igual que Assange son para sus respectivos países traidores o héroes de la libertad según si el que opina es un miembro de la administración del Estado o un activista por los derechos ciudadanos. Al menos, la actitud de Snowden ha servido para que el Congreso norteamericano rectifique y modifique los protocolos de actuación de sus dos grandes agencias de espionaje, algo que quedará, seguramente, en agua de borrajas.

Así que evite regalar y desvelar sus datos en esas redes sociales y muéstrese crítico con internet, no facilite nada de sí mismo, porque aunque no quiera, aunque no lo crea, tanto este mensaje como la persona que lo ha leído ya han sido registrados por el gran hermano que todo lo escucha. Caronte aguarda.