Agustina de Champourcín. Fotos de Terry Mangino

Era un lunes cualquiera del mes de noviembre del año en curso. Don Ramón María del Valle se sentó en la penumbra del Café Comercial, sí, el de la glorieta de Bilbao, de Madrid, para no ser reconocido mientras escuchaba atento a Ezequías Blanco, el poeta matemático, x, y, z, abscisas y ordenadas, rimas, frases y quebrantos. La pobre Concha, sonata de otoño parecían sus mejillas encendidas, apenas le tomó de la mano a don Ramón María del Valle reclamando su atención, ella siempre delicada de salud. Un poco más allá, Ramón Gómez de la Serna chisporroteaba greguerías tiernas: «Ezequías tiene la poesía en las encías, por eso cuando se ríe le salen décimas locas que Garcilaso envidiara, ecuaciones, teoremas y poemas para Sara» —decía Ramón.

Y era verdad:

Hoy hace un año llegaste
a inundarnos de alegrías
la rutina de los días
desde el amor que anunciaste.
Y se produjo el contraste:
se despertaron ternuras
en almas que estaban duras
y en corazones berruecos
que se ablandan a los ecos
del calor de tus dulzuras.

 El Café Comercial estaba lleno de gentes variopintas: poetas, periodistas, desocupados lectores, prosistas de tinta azul, aprendices de bohemios, antiguos linotipistas, agrimensores de estrellas, recaudadores de besos, emisores de caricias, pragmáticos eruditos, editores de alegrías, enamorados del alba, forjadores de sonrisas, señoras de seda y tul, tan bonitas, princesita, tan bonitas como tú, mi niña Sara:

«Agua»: palabra primera
que pronunciaste bajito
para no quebrar el rito
de la dulce primavera.
Y sentada en la escalera
hablabas en jerigonza
a un muñeco a la peonza
a los vientos y a los gatos
a un jarrón y a los zapatos
con gracejo de una onza.

¿Qué tendrá Ezequías que lo llena todo?, se preguntaba el pragmático profesor que moderaba la charla con enjundia, mientras, en un rincón de la sala, Gutiérrez Solana tomaba apuntes de grafito, acuarela y tiza profunda. La Tertulia del Café Comercial, diría Solana a quien quisiera observar sus esbozos, mientras Ezequías leía a la audiencia sus versos claros, postrado ante ella de hinojos:

Todavía no se ha ido
el ruiseñor de tu boca
ni te asusta ya la oca
con su perenne graznido.
Y a veces te vas del nido
con jilgueros en los ojos
para calmar tus enojos
por lo mayor que te has hecho.
Te vas alejando un trecho
y poniéndonos cerrojos.

Ezequías nació en una tierra donde las historias corren con presteza: Paladinos del Valle, en Zamora. Comarca del rio “Ahogaborricos», el lejano oeste de Zamora, tierras del “abranado”, zona muy seca. “Abranado”, palabra que no viene en el diccionario. «Ya vendrá», dijo para sí don Miguel de Unamuno, que semioculto desde su cátedra altiva de un rincón del café seguía punto por punto la prosopopeya del Blanco Ezequías.

Ahogaborricos, tierra donde las historias corren con presteza. Como el humor de Ezequías, intelectual, una sonrisa en los labios y dobles significados, como esa tradición de reunirse en los pueblos de Zamora las largas tardes de invierno para contarse cuentos siguiendo la tradición de Jorge Manrique, de aquella cultura latina tan cervantina. El escritor es el guardián del lenguaje, su emisor, su novio fiel, su abnegado servidor, recoge lo significante para mantenerlo candente, significado, actual, atractivo, como esos nombres que inundan de gloria presente los caminos de la prosa: Atilano, Zoilo, Longinos… Todos somos rurales. A un Pepe no le pueden pasar cosas extraordinarias, pero si le llamas Celedonio le aventuras infinidad de sorpresas… Como a las mujeres de los personajes de las obras de Ezequías, son nombres del Renacimiento: Laura, Beatriz…

Y Ezequías Blanco, desde un rincón del boceto que Gutiérrez Solana inflama de atardeceres sobre el lienzo blanco, derrama a la audiencia del Comercial sus poemas sin igual, sus versos de cal y canto, sus rimas y sus pesares, sus mieles y atardeceres, el otoño de sus hojas, alegrías y quebrantos como el que no quiere la cosa: «Intento la parodia. La creación empieza por el narcisismo bien entendido. Cuando uno escribe se le escapa de las manos lo que ha escrito. Como los personajes, que llevan al autor por donde les salen de las narices. Porque las cosas no son como fueron, sino como las recordamos. Ahí tenemos a “Niebla”, esa novela, o nivola, de don Miguel en la que el personaje somete al autor a un reto a muerte: o tú o yo. Y claro, al autor no le queda más remedio que cometer un infanticidio, acabar con su creación».

Y a don Miguel de… ¡Salamanca!, se le enciende la ira de la soberbia escuchando al zamorano y para calmarse y no acogotar a ese Ezequías tan rebelde, de fiebres calendarias y artrosis áulica herido, invita a don Ramón María del Valle, a don Ramón Gómez y a Gutiérrez Solana, el espíritu de la colmena cafeística, a un apartado del Comercial, a espaldas de todos, en un rincón. Y allí se engullen de un trago una absenta, dos, tres, cuatro, invita la casa. Mientras, Ezequías, novela y poesía, lee a la audiencia, que le aplaude, un poema para Sara, su nieta y armonía:

Eres sensata y prudente
eres lista y eres guapa
y llevas en la solapa
la inocencia de tu frente.
Como el río en su corriente
fluye la sangre en tus venas…
Eres alivio de penas
eres risueña y mimosa
y fulges como la rosa
que florece en las arenas.

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