Gabriel de Araceli. Fotos de Terry Mangino
La personalidad de don Miguel de Unamuno, su literatura y pensamiento político siguen provocando discusión entre los estudiosos de su obra. Su vida y su muerte suscita un interés apasionado no sólo literario, sino también ideológico e histórico que profundiza en su obra y en comprender las razones que influyeron en el apoyo temporal y posterior rechazo del golpe de estado del general Franco a la República. La Biblioteca Nacional ha convocado tres conferencias durante este mes de septiembre sobre su extenso legado y figura, así como una exposición con abundante material fotográfico y periodístico sobre el genio de las letras y el pensamiento: “Unamuno y la política. De la pluma a la palabra”, que estará abierta hasta el 8 de diciembre de 2024.
El pasado 11 de septiembre charlaron sobre don Miguel en la sede de la Biblioteca Nacional los eruditos Colette y Jean Claude Rabaté y Andrés Trapiello, moderados por Jacobo Sanz Hermida. El coloquio resultó una apasionada exposición de argumentos que pretendía explicar la singular obra del pensador bilbaíno. Y también un encendido debate sobre su visión filosófica y vital por las que acapara tanto prestigio como polémica.

«Un poco veleta. Es hombre muy activo, de muchas ideas, piensa más que sus contemporáneos, cree en el progreso, siempre en plena forma, en los años veinte se ve sorprendido por el auge de los totalitarismos. Carácter difícil, hombre pasional y paradójico. Personalidad trágica la de Unamuno tanto como la de Azaña; don Miguel, un creador, Azaña, un hombre de letras sin lectores. Tanto Unamuno como Azaña representan la tercera España», comienza Andrés Trapiello la conferencia.

«Sí, era un poco veleta don Miguel, pero las veletas también se paran y señalan un punto en el camino, un rumbo por donde sopla el aire nuevo. Era un electrón libre, de partido no, entero» responde Colette Rabaté.

«Todo el mundo se cree con derecho a atacar a Unamuno. Su capacidad de trabajo es desbordante. Pronunció más de 700 discursos. Ahora se cumple el centenario de su destierro a Fuerteventura, desde donde huyó a París, ciudad en la que fraguó muchas amistades. Su regreso a España, en 1930 desde Hendaya, coincidió con la dictadura de Berenguer, al que también se opone. El 7 de abril de 1931 don Miguel se encontraba en San Sebastián visitando a sus amigos presos para agitar a la opinión pública en los albores de las elecciones que llevaron a la República», responde Jean-Claude Rabaté.
«Elegido concejal en Salamanca y diputado en 1931 al establecerse la República, a la que aspiraba a ser presidente. Unamuno fue crítico con las exigencias idiomáticas de los regionalistas. Don Miguel se lleva bien con los de su generación, pero no con la siguiente. Unamuno no entiende la política de masas. Su vida es una novela, o quizás una nivola, tal como escribió en su autobiografía “Cómo se hace una novela”», continúa Trapiello.
Y surge la polémica entre los conferenciantes sobre la acogida favorable, al principio, de Unamuno al golpe de estado de julio del 36, con la donación que hizo don Miguel a los golpistas de 5000 pesetas de la época a pesar de su precaria situación económica. Y la condena que sufre por los falangistas en el célebre acto de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre posterior, oponiéndose al trastornado Millán Astray. Y sobre su encierro, prisionero en su propia casa, tal vez arrepentido de su apoyo al fascismo escribe una carta, 7 XII 36, a Henry Miller, residente en París, en lo que parece su testamento final de su agitada existencia. La última visita que recibió Unamuno fue la del falangista Bartolomé Aragón, dos horas antes de fallecer inesperadamente el 31 de diciembre. Las hipótesis de que sufriera un envenenamiento nunca se han despejado.


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