Gabriel de Araceli (13 de septiembre de 2023)
Todos los tiranos encuentran enseguida argumentos para justificar sus acciones contra la población civil, para responsabilizar a los demás de sus actos terroristas, para “legalizar” sus levantamientos contra el poder democrático, para culpar a los otros de sus asesinatos. Y cuentan con seguidores negacionistas, con voceros que apoyaran por un pequeño precio de subsistencia sus reprobables crímenes. El número de muertos en la población civil es la única diferencia entre Primo de Rivera, Franco, Stalin, Hitler, Mao, Castro, Pinochet, Pol Pot (los Jémeres Rojos), Videla o Putin. ¿Quién de ellos mató más?
El general Manuel Fernández Silvestre capitaneaba las tropas de ocupación del protectorado de Marruecos que sufrieron la tragedia de El Desastre de Annual, en julio de 1921. Entre 10000 y 12000 soldaditos españoles, soldaditos valientes, perdieron la vida en aquella catástrofe defendiendo los intereses de la Compañía Española de Minas del Rif, una empresa propiedad de los grandes terratenientes de la patria, entre ellos el Conde de Romanones y las familias del Conde Güell y del Marqués de Comillas. Y en la que tenía participación el rey Alfonso XIII.

La investigación que se originó tras el desastre —dirigida por el general Juan Picasso, tío del pintor—, el Expediente Picasso, dilucidaba las responsabilidades del monarca y los terribles fallos del ejército español en la trasmisión de órdenes y tácticas militares aplicadas. Sin embargo, cuando iba a ser presentado en el parlamento y el escándalo amenazaba la monarquía, un golpe de estado propiciado por el general Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, evitó que la opinión pública conociera las responsabilidades de su majestad. Alfonso XIII rápidamente rechazó sus obligaciones constitucionales y abrazó la causa de Primo de Rivera, al que, en un viaje a Italia, en noviembre de 1923, llamó en presencia del rey Víctor Manuel III “mi Mussolini”, tal era el fervor que por las causas militares profesaba su majestad borbónica. «El rey con camisa negra», así llamaba la prensa francesa al rey Alfonso XIII. «Primo de Rivera era lenguaraz y populista, un señorito andaluz en estado de embriaguez permanente. El campechano entre el cabaret y la iglesia», así describe Gerald Brenan al dictador en su obra “El laberinto español”. «Monarquía podrida», así tildaba Unamuno al rey y al dictador, lo que le valió el destierro a la isla de Fuerteventura en febrero de 1924. Y es significativo lo que opinaba del dictador su primo José María Pemán: «Es una locura patriótica y una ausencia de libros».
A la dictadura (septiembre1923-enero1930) de Primo de Rivera siguió la dictablanda (hasta febrero de 1931) de Dámaso Berenguer, otro general implicado en el Desastre de Annual. Y cinco años después, julio de 1936, un general acomplejado por su baja estatura y el machismo de su padre (complejo de Edipo) se levantaba en armas contra el poder democráticamente establecido y provocaba el holocausto español. Siempre, aún hoy, aquel general de afeminada voz de vicetiple encuentra seguidores que aplauden su gesto de salvapatrias y justifican la violencia que durante décadas aplicó contra sus súbditos, que no ciudadanos.

La Escuela de las Américas y la Operación Cóndor fueron estrategias desarrolladas por la CIA en los países del cono sur de América (Bolivia, Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay, Brasil, etc.) en las décadas de los 50 a los 80 del siglo pasado, con objeto de fomentar políticas neoliberales afines a Washington, además de promover acciones represivas contra todo conato de progresismo que pudiera ir en contra del imperialismo yanqui.
Los principales adalides de esta operación fueron Allen Welsh Dulles, director de la CIA entre 1953 y 1961, y Henry Kissinger, secretario de Estado durante las administraciones Nixon y Ford, 1973-1977. Kissinger fue uno de los mayores practicantes del “Terrorismo de Estado”, pero fue premiado con el Premio Nobel de la Paz en 1975 tras arrasar Vietnam con las bombas de napalm que por encima del paralelo 47 lanzaban las superfortalezas volantes B52.
El 11 de septiembre de 1973 un golpe de estado derribaba en Chile al gobierno democrático libremente elegido de Salvador Allende y un general formado ideológicamente en la Operación Condor, Augusto Pinochet, lideró a sangre y fuego el país durante los siguientes 17 años. «El bombardeo del Palacio de la Moneda [la sede del gobierno chileno] fue innecesario y excesivo, dentro no había más que el presidente Allende y un puñado de guardaespaldas. Era la advertencia de hasta dónde estaba dispuesto a llegar Pinochet en su régimen de terror», expresaba Javier Velasco, embajador de Chile en España el pasado 12 de septiembre en un acto celebrado en Madrid. En noviembre de 1975, dos años después de su ascenso al poder, Pinochet acudió al funeral del general Franco en Madrid, luciendo su figura una capa que causó preocupación entre las autoridades por la imagen de dictador napoleónico que desprendía. Durante la Guerra de las Malvinas, primavera de 1982, Pinochet prestó servicios de inteligencia y logística a las fuerzas inglesas que luchaban contra Argentina. Por eso se le permitió el traslado al United Kingdom para recibir asistencia sanitaria en 1998. Fue el juez Baltasar Garzón el que emitió una orden de busca y captura internacional en esas fechas y el general golpista fue detenido en Londres aplicándosele arresto domiciliario durante algo más de año y medio. En marzo de 2000 Pinochet regresó triunfante a Chile libre de cargos.
En su haber como estadista Pinochet cuenta con más de 40000 compatriotas muertos y torturados y más de 1000 desaparecidos. Sus seguidores, muchos, ponen en duda su responsabilidad en los crímenes sufridos por los ciudadanos de su país, que achacan al contubernio democrático.

Henry Kissinger aún vive, tiene 100 años. Mantiene toda su influencia sobre el pensamiento neoconservador surgido de la Escuela de Chicago, goza de un inmenso prestigio en la política liberal de libre mercado contraria a la intervención reguladora y preventiva del Estado en la economía. Incluso recibe el aplauso y elogios de premios nobeles de literatura asentados en Madrid.
OBRAS RECOMENDADAS:
“El laberinto español”. Gerald Brenan
“Un pueblo traicionado”. Paul Preston
“El holocausto español”. Paul Preston
ENLACES RELACIONADOS
Pingback: 2023: Felicidad: ¡Qué bonito nombre tienes! | Escaparate ignorado