Rafael Alonso Solís
Se atribuye a Salvador Sánchez Frascuelo –torero granadino que formara pareja en los ruedos, entre 1868 y 1890, con el cordobés Rafael Molina Lagartijo– la invención de los “diez mandamientos del toreo”, en los que indicaba lo que un diestro que se precie debe cumplir, bien sea por mantener la postura más acorde con su oficio o por exigencias del mercado. Destaca por su enjundia el que cerraba la lista, el cual, si aceptamos cierto paralelismo con los de Moisés, es de suponer que pretenda incluir la totalidad de los preceptos en uno solo que los resuma y englobe. Aunque su veracidad no esté confirmada, según el crítico “Corinto y Oro” –escritor costumbrista que predicaba en los periódicos del Movimiento tras la Guerra Civil– el décimo mandato ordenaba “no codiciar el contrato del colega, ni el colchón del zapatero, del hojalatero y del tapicero, cuando el colchón va a la casa de empeños para luego no ver más que huir a los toreros de arriba, de abajo, de la derecha y de la izquierda”. El emparejamiento de las figuras del toreo había comenzado con Pedro Romero y Costillares en el último tercio del siglo XVIII, para continuar con los ya citados Lagartijo y Frascuelo a finales del XIX, o con Bombita y Machaquito a principios del XX, hasta alcanzar la cumbre de la rivalidad con Joselito El Gallo y Juan Belmonte, ambos sevillanos –eso sí, uno amadrinado por la Macarena y el otro por la Esperanza de Triana–, y a los que mantener la dualidad de principios ante la afición les obligaba a viajar en vagones distintos cuando se desplazaban en tren, juntándose para compartir un chato de forma clandestina durante el trayecto. Por lo visto en los últimos días, el próximo enfrentamiento artístico que va a verse en una plaza de toros será el de Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, que tendrá lugar, si el tiempo no lo impide, en el madrileño coso de Vistalegre. En esa misma plaza, en los años sesenta, era frecuente que se celebrasen lo que se denominaban “corridas del arte”, por incluir a diestros de culto, más que a las figuras comerciales. También fue donde Luis Segura, fino diestro del barrio de Usera, se encerró con seis toros con la intención de remontar lo que ya parecía una caída en picado de su carrera, saliendo, incluso, con peor cartel que entrara. Que eso no les ocurra a los gallos podemitas no sólo es deseable, sino necesario, si bien el espectáculo previo no augura un buen final. Que la izquierda se trabe como los boxeadores torpes cuando falla la esgrima parece una consecuencia inevitable de su destino, a punto de iniciar el asalto a los cielos. Y que por encima del debate político se imponga la discusión sobre la composición de las comisiones, parece un reflejo de su componente cainita y de su arraigado sentimiento religioso. Con lo que, una vez más, pasará lo de siempre: “que han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses”.