Agustina de Champourcín

Doscientos cincuenta metros tiene la calle Pelayo, al lado de la Gran Vía, lo más chic de Madrid. No cabe un alfiler la tarde del jueves 29 de junio a pesar de que hay 36º y que las pieles exultantes de felicidad irradien calor de axila y entrepierna inflamada. ¿Cuántos cuerpos, dos mil, tres mil, tal vez cinco mil en tan reducido espacio? Chumina Power Forever incendia de risas a la multitud con sus chistes marranos de pollas del 20 y agujeros truculentos, suena la Carrá por megafonía: ¡para hacer bien el amor hay que venir al sur, sin amante ¿quién se puede consolar?, sin amante esta vida es infernal!, sudor, roces constantes, humedades, secreciones y sofocos calenturientos cuando le insinúan una cita. «Señor, señor, quién me iba a decir a mí que me vería en este antro», se pregunta Martínez el facha aceptando con la mirada la mirada del boy. Él, que votó hace a un mes a los ultras y aplaudió lo de quitar la bandera del ayuntamiento. «Y ahora verme aquí, a escondidas, sin decir nada a los míos de dónde iba esta tarde, ¡si se entera Margarita!, mi señora, algo sabe, que ella no es tonta, aunque nunca lo hayamos hablado, el caso es que el rubio está como un tren y yo… bueno yo siempre he admirado en secreto esos cuerpos tallados en el gimnasio… ¡Que me gustan los tíos, vamos, si lo sabré yo!» Erguidos en sus andamios de puntera kilométrica los corredores se alinean en la salida como si fuera el Gran Prix de Mónaco, televisiones de todo el mundo grabando el momento: chinas, japonesas, Reuters, AFP, EFE, RTVE, Telemadrid, la Otra, la telebasura del espagueti, decenas de fotógrafos, que aquello parece la final de la Champions. Banderazo de salida. Y en olor, o hedor, de multitud los atletas taconean despavoridos entre los alaridos de los miles de gargantas como si fuera la cima del Alpe d’Huez y desde la barrera todos berrean gritos de ánimo y los llevan en volandas calle Pelayo arriba, calle Pelayo abajo, que ni Usain Bolt correría mejor entre tanto calor humano, casi caldera de epidermis y andrógenos desatados. Y Chumina se inflama y Chumina se arrebata y Chumina berrea sus chistes guarros al paso de los esforzados por la meta y premia con el laurel a los vencedores. Muy internacional el podio. Uno es de Taiwan, “como mis tetas”, asegura Chumina. Y otro del Perú, “que siempre repites, hijo puta, que te veo entrenar todos los días por la calle a las seis de la mañana”. Y uno de Toledo, “que sé yo que te gustan los peluqueros, que por eso llevo yo este pelucón rubio”, y le hace un guiño con sus pestañas de rímel. Y todos bailan y todos sudan y bajo el podio la concentración humana es tan densa que parece que los cuerpos se fundieran en deseos de magreos e intercambio de fluidos. Desde los balcones arrojan agua para refrescar el ambiente, dichosos los mojados, que son muchos, no necesariamente por el líquido elemento.

Alaska termina por convencerlo: ¡A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga! Y Martínez dice sí al angelical boy con los ojitos de trapo. «Que no se entere Santiago, que me quita de la lista del Congreso, que voy de número cinco por Madrid. Y ni una palabra de esto a Margarita», se promete cuando ascienden abrazados las escaleras del apartamento de la calle Pelayo.
Fotografías de Terry Mangino













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