Agustina de Champourcín

Fotos de Terry Mangino

Lecturas de Verano IV

(Viene de Las aventuras de Huckleberry Finn)

Alto Tajo, despeñaderos, umbrías, recuerdos tenebrosos de un pasado presente en cada instante. Los últimos gancheros, la última maderada descendiendo por el río Tajo primavera y verano de 1946, tras el aún reciente enfrentamiento fratricida hispano y el apocalipsis mundial, almas que conducen los troncos de los pinos, o su propia derrota,  por parajes que rezuman fantasías románticas: Huertahernando, Ocentejo, Azañón, la leprosería de Trillo,  Mantiel, la Ermita de la Esperanza, Anguix, Sacedón, Zorita de los Canes, Mazuecos, Villamanrique… hasta el futuro incierto de la nueva luz de Aranjuez. El Tajo, el cauce por el que discurre la vida de los perdedores, un escenario desnudo a la luz de las estrellas donde los madereros meditan los porqués del camino que emprendieron y sobre las trampas que la vida les tendió de las que salieron airosos pero heridos.

El río que nos lleva”, crónica social, popular, realista, humana, vitalista que José Luis Sampedro publica en 1961, casi a contracorriente de la literatura experimental y vanguardista que los modernos de la generación de los 50 imponían por derroteros rompedores con la tradición. Seis años antes, Rafael Sánchez Ferlosio había obtenido el Premio Nadal por “El Jarama”, ese escarceo cotilla por la intimidad de un grupo de jóvenes que pasa un domingo de meriendas en el afluente del Tajo. Novela de la que siempre renegó Ferlosio y que le llevó a su exilio interior excluido del mundo en su retiro de diecisiete años en la calle Fuencarral, de Madrid. Y trece años después de que Cela publicara su “Viaje a la Alcarria”, comarca por la que los gancheros de Sampedro navegan en sus palos, coetáneos de los personajes de don Camilo.

El río que nos lleva”, un retablo en el que están labrados a cincel las costumbres rurales de una sociedad abierta a la esperanza de un tiempo nuevo y las almas supervivientes de la tragedia española: Shannon, el Inglés (irlandés en realidad), que huye del horror (como Kurtz en “El corazón de las tinieblas”) de la 2ª Guerra Mundial; El Americano, que huye, vencido, de la revolución mexicana; Paula, víctima de un terrible suceso, que huye de su pasado, y la única mujer protagonista tanto en esta novela como en la de Twain y Conrad, la hembra, el deseo, la tensión sexual no resuelta que alborota a los hombres casi hasta la locura; Benigno Ruiz, el cacique ominoso y lascivo que acompañado de sus hermanas celestinas y urdidoras de quebrantos ordena el oprobio de los rústicos aldeanos aterrados que le rinden vasallaje; el cura don Ángel, que espanta a sus fieles con su sermón mortuorio de viernes santo; el Chepa, que huye de su deformidad proclamando lealtades; la pareja de la Guardia Civil, condolente con el triste destino de los cautivos del río, tal vez porque sin ellos no serían nada; don Pedro, el caballero que devoró su juventud en el París de la Boheme de los felices veinte, de la beauté est dans la rue, que se siente ajeno a su tierra viviendo en su sueño eterno de ficción de sus libros, tal vez Rimbaud, tal vez Verlaine, tal vez Proust; las muchachas alcarreñas, hembras libres avanzadas a su tiempo, que perturban los sueños de los hombres asilvestrados en meandros y torrentes; el milagro de la resurrección de la vida del Galerilla, casi un niño, que el Inglés (irlandés en realidad), el único de los gancheros que sabía nadar, consigue salvar la vida de las aguas revueltas en las que ha caído accidentalmente aún a costa de peligrar la suya, como una metáfora de que la vida de esa España necesita de la ayuda exterior; la cuadrilla de gancheros, los perdedores, sin destino ni beneficio que al llegar a la meta, a Aranjuez, deberán aprender un nuevo oficio para seguir navegando en el río de la vida que los llevará por otros caminos ya sin aguas.

Y no es sencillo leer la prosa de Sampedro. Tal vez su mente numérica de economista añada demasiados adjetivos a las frases y demasiados párrafos a los capítulos para asegurarse lectores clásicos, previendo que los experimentos vanguardistas del momento romperían los esquemas y le restarían lectores. Cuesta meterse en la novela, mojarse los pantalones en ese charco frío del caudal inhóspito del Tajo. Pero a medida que el lector se moja (más de 400 páginas) el realismo mágico alcarreño te empapa y quedas atrapado en el misterio de Paula, del Americano, de Shannon, de Antonio, del Galerilla, del Chepa, de don Pedro… de El río que nos lleva

De la novela se hizo en 1989 una película de igual título dirigida por Antonio del Real. Más allá del carácter granítico interpretativo de Alfredo Landa en su papel de El Americano, de la excelencia de Fernando Fernán Gómez como el cura don Ángel, o la sensualidad de Eulalia Ramón en el papel de Paula, la película se pierde en una monotonía de planos y contraplanos sin profundizar en la esencia de grupo que destacan las páginas de la novela, por más que el paisaje agreste y montaraz refleje el interior de los personajes.


José Luis Sampedro (Barcelona, 1917—Madrid, 2013) sufrió en sus carnes los avatares del tiempo peligroso que le tocó vivir en su juventud. Economista brillante, alumno de Enrique Fuentes Quintana y profesor de Economía en la Complutense entre otras universidades, fue senador por designación real en la primera legislatura constituyente (1977-1979) desarrolló su carrera profesional tanto en la banca pública como en la privada. Dotado de numerosos galardones y premios se caracterizó por el amor a la enseñanza humanística siempre crítico con el capitalismo salvaje.

Quien esto suscribe tuvo el honor de entrevistarle en su domicilio del barrio madrileño de Argüelles, en octubre de 1992, tras acabar la Olimpiada de Barcelona y en pleno éxtasis de la expo de Sevilla. Sus reflexiones aparecieron publicadas en el nº 19 de la revista mesual LA ESFERA. De aquella charla se rescatan estas frases suyas que ahora, releídas en otro mundo distinto dotado de adelantos técnicos y crisis internacionales impensables hace 33 años, suponen una confirmación sobre el incierto paso que conduce a la humanidad por el alambre de la vesania de esos dirigentes descerebrados que nos gobiernan, a pesar del desarrollo tecnológicos y científico ilimitado que poseemos, ese río que nos lleva al precipicio:  

«Reacciono contra una sociedad que ha reducido todo a lo económico, al puro mercado, y que cree que lo que no tiene precio no tiene valor. Que ha reducido al hombre a dos únicas funciones: productor y consumidor… El intelectual ha de ser por fuerza un poco ácrata. El poder de un hombre sobre los demás me repugna. La autoridad moral es otra cosa. La abnegación, la altura de miras, la visión de futuro. Eso sí son cosas admirables… Es terrible la perversión que implica el poder político… A largo plazo no hay más alternativas que la educación y la cultura. El escepticismo actual se debe a la facilidad con que la gente acepta lo establecido, a la falta de capacidad crítica… El sistema no funciona. Un niño en Rusia le pregunta a su padre qué es el capitalismo. El padre le responde que la explotación del hombre por el hombre. ¿Y el comunismo, qué es? —continúa el chaval—. Justo lo contrario —responde el padre.»


ENLACES RELACIONADOS

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