Lecturas de verano
Agustina de Champourcín
A punto de cumplirse el cincuentenario de la desaparición del dictador bajito de voz atiplada, adentrarse en un libro sobre el inicio de la Transición democrática puede parecer tarea frívola o propia de arqueólogos. Más aún cuando los cambios producidos en la sociedad española, y en la política universal, son tan trascendentales e impensables en el momento histórico que se analiza, que la lectura del libro de Gregorio Morán remitiría a un museo antropológico de personajes fosilizados por la historia. La figura de Adolfo Suárez, Caronte que se deslizaba con rumbo incierto por el Aqueronte de la Transición, es ahora un intérprete olvidado y añejo, y el tiempo relatado una oda a la confabulación maquiavélica repleta de personajes quiméricos.

Tal vez el público objetivo de esta lectura no corresponda al apresurado usuario de los ingenios electrónicos actuales. No es, desde luego, el consumidor compulsivo de redes sociales basura que ocupan ahora el interés del ciudadano anónimo y digitalizado. Ni votante del imperialismo yanqui que bombardea primero para pedir después la paz; ni seguidor del neofascismo emergente que invade los rincones que antes ocupaba el deseo de libertad: ¡Heil, Santiago! Aunque, sin saberlo, sea el heredero del tiempo incierto que el libro describe. Cincuenta años antes parecen remitir a una época de dinosaurios y a una jungla remota en la que los gladiadores de la política buscaban consolidar un entendimiento. Ese circo es el que narra en directo Gregorio Morán, acreditado recolector de cartapacios en los que detalla la historia, o prehistoria remota, que antecede a la era cibernética en la que nos encontramos.
“Adolfo Suárez: Historia de una ambición” es el relato de la pantomima de los estertores del franquismo y sus procuradores rumberos de las Cortes, de “El Orejas”, alias Arias Navarro, llorón interruptus; de los opusdeístas tecnócratas de Laureano López Rodó; de los brazoenalto de camisa azul, bigotazo retorcido y mirada amenazante perdonavidas; del joven Suárez, de su valedor Herrero Tejedor, del sabio Torcuato Fernández Miranda, de los Pactos de la Moncloa, del PC que abrazó la bandera rojigualda y la monarquía, de las incógnitas sobre el devenir del heredero, ese Emérito regatista y galante con el dinero ajeno; de un lugar perdido ayer en la galaxia que siendo el mismo hoy se ha trasformado en un teatro con otros argumentos, otros decorados, otros actores, otros efectos dramatúrgicos y otros públicos diferentes. Otro país distinto.

Escrita como crónica periodística, sin la perspectiva de un tiempo clarificador debido a la proximidad de los hechos relatados, publicada en 1979, gran éxito de ventas, primer libro del autor que luego ha llegado a ser uno de los relatores más introspectivos de los acontecimientos nacionales. Es la historia de un muchachito provinciano que se arrima al poder buscando una poltrona, un altarcito para evadirse del anonimato castellano. Es la evolución de un aprendiz que salido de la nada alcanza la más alta cota de poder. Y es la vitrina en la que se muestra a los palmeros del franquismo, ahora sólo restos disecados del pasado remoto. ¿Quién recuerda a la sonrisa del régimen, José Solís Ruiz, al León de Fuengirola, a Sánchez Bella, a Gil y Gil y su catástrofe mortífera de su bloque de apartamentos en Los Ángeles de San Rafael (58 muertos, 300 heridos), Segovia, donde Suárez era gobernador civil, la voladura del diario MADRID perteneciente al Opus, a Manuel Fraga, a Camilo Alonso Vega, a López Bravo, a Areilza, a Pío Cabanillas, a Carrero Blanco, a Abril Martorell, a Rafael Ansón…?

“Adolfo Suárez: Historia de una ambición” acaba apenas dos años antes de la noche de los transistores, de aquella zancadilla del picoleto pistolero a Gutiérrez Mellado (recogida por Barriopedro/EFE* en una foto que dio la vuelta al mundo), don Adolfo, colérico, braceando por el hemiciclo y el Zorro Rojo fumando sin inmutarse en su escaño, cuando el duque de Suárez aún no lo era y nadie lo ninguneaba, mucho antes de que los chicos de Suresnes alcanzaran el poder, antes de la desintegración de la URSS, muchísimo antes de que Fermín Cacho triunfara en los 1500 de la olimpiada de Barcelona, de que Indurain arrasara en su quinquenio del Tour, del cine de Almodóvar, del Nobel a don Camilo, del Orgullo Gay. Es infinitamente anterior al café para todos de las autonomías, a la entrada en el Mercado Común europeo, al desarrollo económico, al AVE, a las autopistas, al estado del bienestar y a la sanidad pública ahora en peligro, al Euro, a la derechita cobarde, al taconeo marcial del neoyugo sin flechas de la fiesta acabada que nunca empezó.

La prosa de Gregorio Morán alcanza a veces la ampulosidad de un catedrático, se fragua en excesos analíticos y consideraciones temporales propias del momento histórico que se vivía. Como si buscara un crédito extra y avales propiciados por la abundancia de párrafos, información y personajes. Había que contagiar de transcendencia la actualidad y transmitirla al ciudadano. Un tiempo donde la negociación política y el periodismo alcanzaron un protagonismo y una popularidad como nunca tuvieron antes en la sociedad española ni la tienen ahora, una necesidad de informarse y desarmar los entresijos del poder, de saber quiénes eran los protagonistas, de qué pie cojeaba cada actor, cuáles eran sus atributos masculinos (curiosamente no había casi señoras en aquellos tiempos preconstitucionales) y qué pretendía cada candidato al mando. O sea, prehistoria.
*Comentaba recientemente Miguel Ángel Aguilar, presente en el Congreso el 23 F, que tras el tiroteo y pasadas unas horas la situación se “normalizó” en el interior del Hemiciclo y los allí presentes descendieron al bar para aliviarse con algunos cafés, cervezas o refrescos. Y se formó en la entrada de la cafetería una cola en la que rigurosamente se alineaban diputados, guardias civiles, escoltas desarmados, ujieres o administrativos de la alta institución. Todos guardaban cola sin privilegios, se tomaron sus consumiciones, las pagaron religiosamente y a seguir esperando que llegara la autoridad, militar, por supuesto. Cuando por la mañana siguiente y ya con la intentona eliminada, los guardias civiles huyendo por las ventanas y los diputados saliendo del encierro los golpistas, antes de retirarse con el rabo entre las piernas, arramblaron con todo el alcohol que quedaba en la cafetería y con la recaudación de la caja, con todo y se lo llevaron, desapareció la pasta y las botellas, una muestra más del etílico amor a la patria que tenían aquellos salvadores.
Barriopedro se preguntaba qué sería de los carretes que los guardias civiles requisaron a los fotógrafos que cubrían el acto. Nunca se supo de ellos, nunca los devolvieron, ¿se velarían, se destruirían, los tendrá alguien y alguna vez se podrá revelar lo que los fotógrafos plasmaron en los negativos? Al menos Barriopedro sí consiguió “evadir” su carrete.
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Buen artículo, querido. Los libros de Morán son un tanto autocomplacientes, pero siempre hay verdades como puños en ellos.
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Hola ,
Veo su sitio web http://www.escaparateignorado.com y es increíble. Me pregunto si las opciones de publicidad como publicación de invitados o contenido de anuncios están disponibles en su sitio.
¿Cuál es el precio si queremos anunciarnos en su sitio?
Nota: el artículo no debe tener ninguna marca como patrocinado o publicitario.SaludGael Kerdanet
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Muchas gracias por sus amables palabras. Si está interesado en la obra de Gregorio Morán puede leer una crítica a su libro «El cura y los mandarines» en el enlace que se indica a continuación. Contiene, además, un comentario de la escritora Blanca Andreu, esposa que fue de Juan Benet, que amablemente comentó el ensayo. Es este:
https://escaparateignorado.com/el-cura-y-los-mandarines/
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En ese baúl muchos tenemos encerrada media vida.
Sombrerazo de felicitación por rescatarla con esa prosa tan ácida, directa y evocativa.
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