Carmelita Flórez

María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Abad Fernández, más conocida por Sara Montiel nació en Campo de Criptana, Ciudad Real, en 1928. Aún permanecería casi dos años más como dictador el general Miguel Primo de Rivera. Tiempos revueltos en los que la huida del rey Alfonso XIII a Italia, la proclamación de la II República, las tragedias de la Guerra Civil y la conflagración mundial marcaron su infancia feliz y adolescencia alborotada. Su biografía, “Vivir es un placer. Memorias”, recoge un retablo de situaciones e historias de una España dolorosa y hundida en la necesidad primaria de subsistir, de la que le salva su instinto artístico. Y tal vez su belleza por la que los hombres perdían la cabeza.

Sus memorias no buscan la excelencia literaria, sino la enumeración de hechos acaecidos a lo largo de su carrera artística. Son retratos familiares de la España rural del primer tercio del siglo XX, recuerdos de sus éxitos en su México lindo y querido, que contrastan con la negritud de un país sumido en otra dictadura militar, hundido en la miseria de la posguerra y alejado del ambiente exótico que derrocha la actriz. A veces sus escritos están redactados a trompicones, a saltos, un ir y venir en sus recuerdos, reordenadas sus palabras por un secretario ayudante (Pedro Víllora, dramaturgo) que les da forma y nexo, sin que se pierda la espontaneidad y frescura de la niña-mujer atrapada por el cine. Domina en ellos una visión crítica con los valores caducos de la penumbra que gobernaba el país, “propios del tiempo de Felipe II”, como ella relata.    

Cartel y escultura que se encuentran en el molino museo de Campo de Criptana, su pueblo natal.

Disfruta Sara Montiel de una intensa vida amorosa que ella recuerda con dulzura, sin reproches para sus amantes, a pesar de que alguno de sus cuatro maridos se aprovechara de su dinero y fama para medrar en negocios propios. Miguel Mihura fue su primer amor con el que llegó a anunciar las amonestaciones de boda y procurarse un vestido de novia. Un hombre veintitrés años mayor del que se enamoró locamente. Esa disyuntiva esposo-padre se repitió en su vida, razón que el escritor evitó con cariño advirtiéndole de la diferencia de edad entre ellos y la imposibilidad de matrimonio. O León Felipe, ¡cuarenta y cuatro años mayor!, que la enseñó a leer y que perdió por ella la razón en su exilio mexicano. Y su gran amor, Severo Ochoa, ¡veintitrés años mayor!, con el que mantuvo una prolongada e intensa relación itinerante y clandestina y al que renunció, tal vez recordando la experiencia con Mihura, para no interrumpir su vida científica y académica. O Hemingway, con el que tuvo un roce epidérmico sin mayores consecuencias. O la disputa amistosa, casi rocambolesca, que mantuvieron dos maduros pretendientes, actor italiano y editor de periódicos mallorquín, por conseguir su amor. Su afán de ser madre se vio impedido por once embarazos infructuosos que no llegaron a buen fin. Sara Montiel, una belleza clásica sorprendente que iluminaba las pantallas en las que se exhibían sus filmes, y de las que evitó convertirse en esclava renunciando a los contratos draconianos que Hollywood imponía a las actrices. Su personalidad recia rechazó perpetuarse en repetir papeles de india a los que la orientaba su cuerpo de diosa y el afán de lucro de las productoras. Memorias amenas, testimonios de una época en la que el cine era un espectáculo de masas y el país sobrevivía soñando con sus estrellas.  

VERACRUZ

A la Montiel le cabe el honor de haber compartido celuloide con una de las más grandes estrellas del cine universal: Gary Cooper. Fue sólo dos años después de que el gran Gary interpretara al sheriff Kane en “High Noon”, “Solo ante el peligro” en España. Y la altura de su interpretación en esta película no es menor que la de la protagonista femenina de aquella, la princesita Grace Kelly, a la que supera en belleza y sensualidad.  Con Gary y con Burt Lancaster interpretó la película que la proyectaría al universo estelar: “Veracruz”. Éxito de taquilla con la que la productora United Artists recaudó once millones de dólares de 1954, más de diez veces el coste de la misma. Vista con la perspectiva actual, “Veracruz” resulta una película mediocre que produce indiferencia cuando no convoca el bostezo y el rechazo social. La Montiel interpreta el papel de una mexicana seguidora de la revolución contra el emperador Maximiliano, en 1868. Sufre el acoso sexual de una pandilla de bandoleros sin que en ningún momento se plantee escrúpulo narrativo alguno a esa violencia contra la mujer.

Gary Cooper, Sarita Montiel, Denise Darcel y Burt Lancaster en VERACRUZ, 1954.

EL ÚLTIMO CUPLÉ

El reconocimiento patriótico e internacional como actriz de tronío le llegó a la Montiel de improviso, en 1957, a sus 29 años, con “El último cuplé”, un éxito extraordinario de público y crítica que se mantuvo ininterrumpidamente en el Cine Rialto, en la Gran Vía madrileña, durante más de un año con llenos diarios. Hasta ese momento, su carrera se había desarrollado sobre todo en México. Vista ahora, la película resulta un folletín melodramático, un vodevil que conjuga los valores de la raza con la entereza y dignidad de la mujer española, salpicada de canciones festivas y ligeramente picantes para un público cautivo y vigilado, en una época en la que no había otra diversión ni esparcimiento posible sino el cine. La sensualidad que exhibe Sara fue causa de que tuviera problemas con aquella censura extenuante que todo lo negaba. Incluso el párroco de su pueblo, Campo de Criptana, prohibió a los vecinos que vieran la película por inmoral. El filme supuso un éxito económico para la productora-distribuidora, CIFESA, y el relanzamiento de Juan de Orduña como director. Se puede ver de nuevo a pesar de las lágrimas de antaño. Ahora casi da risa.

YUMA (En inglés “Run of the Arrow”, el camino de la flecha. 1957)

No pudo disfrutar la Montiel del éxito de “El último cuplé”. Acabado el rodaje con Orduña marchó rápidamente a Hollywood para interpretar a una india sioux en “Yuma”, un western. Literalmente una de indios y americanos con todos los tópicos propios del género: indios malos, gringos buenos, perdedores que no aceptan su destino, flechas, tiros, caballos, carretas, sombreros, revólveres, paisajes por los cañones y desiertos del Colorado y… ¡nada más! Muy lejos de la épica y análisis psicosocial que John Ford exhibiría en su ya lejano “Stage Coach”, “La diligencia”, de 1939. Asoma en Yuma el enfrentamiento histórico que los USA tienen actualmente entre republicanos y demócratas. En la peli entre yanquis y sudistas. Sara fue consciente de que el cine americano sólo le reservaba papeles étnicos secundarios y que de seguir allí se convertiría en otra Katy Jurado. Por eso renunció a comprometerse con las grandes productoras. Tras esta película regresó a España donde se transformó en una gran diva de la pantalla. Lo único bueno de “Yuma” es que sólo dura 85 minutos.

Intepretar a indias o a mexicanas, esos eran los papeles que Hollywood reservaba a Sarita Montiel (se eligió Sarita porque Sara en USA sonaba a actriz negra).

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