Gabriel de Araceli

Estás ahí, en tu pedestal, ajena al mundo, al ruido de los coches y a los murmullos de admiración de los mortales que provoca tu ensoñación, tu ausencia tan presente y tan cercana, cinco años ya que te persigo buscando la felicidad en tu mirada esquiva, tu complicidad en tu silencio, la complacencia en la tranquilidad de tus párpados entornados y el amor en la blancura de tus mejillas. Mi mujer imposible y huidiza, mi chica de hielo y nácar que me esconde la luz de sus ojos y el brillo de sus labios, siempre esquiva a mi mirada, a mis suspiros, a mis sueños y a mis caricias imposibles porque sabes que soy tu cautivo fiel entregado a tu perfil sereno, tu amante ignorado y deseoso de tu semblante regio y de tu melena de azúcar derramada por el viento y por el sol, Julia, que iluminas la plaza entera desde que llegaste, que enciendes de pasión la triste realidad de mis deseos.

El pobre Colón, desorientado, te envidia desde su atalaya, tal vez quiera descubrir la profundidad de tu perfil sereno y adentrarse en el océano de pensamientos que encubre tu rostro de reina pétrea, sabe que hay un más allá en el horizonte de tu mirada al poniente desconocido, otra dimensión idílica en tu alma de diosa griega, quiere navegar mar adentro contigo por el misterio de tu aliento enmudecido, por tu isla misteriosa de Ogigia, devanando las tardes púrpuras de primavera. Piensa en mí, mírame, soy tu amor, regresé. Y aunque no sea quien tú esperas, iré a contemplarte cada tarde, todos los días, cuando el sol te da en el rostro y te embellece el alma cazadora de afrodita. Julia, no te vayas, quédate siempre con nosotros.


Fotos que Terry Mangino ha ido pillando a lo largo de cinco años