Gabriel de Araceli

Si hay una saga que representa tanto el amor a la ciencia como el gusto exquisito por el arte esta es sin duda la familia de taxidermistas Benedito. Son el equivalente en el siglo XX a los Leoni, León y Pompeo. Los escultores y orfebres milaneses que en el siglo XVI trabajaron para el emperador Carlos y posteriormente para Felipe II, y dejaron en bronce algunas de las esculturas más brillantes y celebradas del hombre que dominó al mundo, que hoy se pueden admirar en el Monasterio de El Escorial, en el Palacio Real o en el Museo del Prado.

Los Benedito no trabajaban el bronce o el mármol. Sus materiales no eran sino pieles, restos de animales cazados en muchos casos por pura diversión por el rey Alfonso XIII, o por los grandes aristócratas de la corte, como el duque de Alba, que después donaban gentilmente los trofeos al Museo de Ciencias de Madrid, como una muestra más de su inmenso amor a los animales, al progreso, a España y a la divulgación científica. Con estas muestras, los Benedito consiguieron excepcionales representaciones naturales, esculturas vivientes y realistas de mamíferos o aves ambientadas en sus entornos biológicos con fidelidad y gusto artístico, que contribuyeron a que generaciones de visitantes del Museo aprendieran zoología como un divertimento fácil y preciso. Ángel Cabrera Latorre y los Benedito tuvieron una estrecha relación a lo largo de veintitrés años que Cabrera fue naturalista agregado en el Museo. Un ejemplo de esa colaboración es la composición de la cabra ibérica, que se conserva en la sala dedicada al ecosistema del Guadarrama en el Museo.

Es de 1915. Cabrera asesoró a Alfonso XIII sobre el peligro de extinción que corría la especie y sobre cuáles machos podría cazar. Posteriormente, Luis Benedito Vives, hermano de José María Benedito Vives, e hijos ambos del fundador de la saga, José María Benedito Mendoza, realizó la composición de los ejemplares de cabra hispánica que se muestran ahí. Mientras que muchas de las muestras de mamíferos se deben al arte de Luis, José María se especializó en aves, con tal esmero y maestría que aún hoy la observación de sus composiciones deja al visitante en estado de admiración. Si el bronce de “Carlos V dominando al furor”, ubicado en la rotonda de la planta superior del Museo del Prado, obra de los Leoni, deja al visitante sorprendido, con la contemplación de la vitrina de abejarucos, obra de José María Benedito, de 1914, pasa otro tanto. Allí está, en el centro de la sala principal del Museo de Ciencias. El visitante se encuentra de pronto en cualquier ribazo de cualquier carrizo y, sin esperarlo se le aparece una colonia de abejarucos, varias docenas de pájaros que nos muestran la vida en un hábitat realista. Es una obra maestra, aunque de plumas, cañas, juncos, raíces, guijarros y tierras removidas. Solo les falta a los pájaros cantar mientras devoran abejas.

José María y Luis Benedito

La admiración que Cabrera sentía por los hermanos Benedito queda patente en varios artículos y publicaciones que el naturalista escribe en la revista “Alrededor del mundo”, de la que era director-redactor. En un reportaje titulado “TAXIDERMIA MODERNA, cómo se diseca en el Museo de Ciencias Naturales”, publicado el 18 de octubre de 1915, en el número 855, Cabrera explica la necesidad de que la taxidermia produzca recreaciones artísticas para que el espectador vea al animal lo más próximo a su hábitat natural. Y dice:

“Hoy, disecar o “embalsamar” un cuadrúpedo como dice el vulgo (montarlo o naturalizarlo, como realmente debe decirse), no es ya rellenar su piel curtida de estopa o de paja… Nada de esto se hace ya en el Museo de Ciencias Naturales. Sus disecadores ya no son simples poseedores de unas manos más o menos hábiles… son verdaderos artistas que reúnen conocimientos sin los cuales sería imposible la taxidermia moderna; los conocimientos del dibujante, del escultor, del anatómico y del escenógrafo. Todas estas condiciones y conocimientos se encuentran reunidos en los dos hermanos Benedito…”.

Los Benedito, como Cabrera, se vieron beneficiados del amor al conocimiento de Ignacio Bolívar Urrutia, el director del Museo, que pretendía una renovación en las formas de transmisión del mismo y en las técnicas de aprendizaje.

A Luis Benedito, Bolívar lo envió en 1911 a estudiar a Alemania, con el famoso taxidermista Ter Meer. Bueno, más precisamente lo envió la Junta de Ampliación de Estudios. Luis Benedito era ante todo un artista. Para la preparación del elefante africano, generoso regalo también del duque de Alba, el padre de Cayetana, sí, Luis Benedito necesitó a diez personas para mover la piel, que pesaba 600 Kg y tenía una extensión de 37 metros cuadrados. Los colmillos de marfil, sin embargo, yacen en el Palacio de Liria. La figura del elefante es una de las obras emblemáticas del Museo, Benedito realizó previamente una serie de bocetos y vaciados en yeso y diferentes técnicas propias de cualquier escultor, de cualquier artista. Aquel fue un trabajo que duró varios años, terminado en 1930 y que costó al erario público 9.830 pesetas. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos la única forma de que el público tuviera una idea aproximada de cómo eran los grandes mamíferos africanos era acudiendo a los museos o a los parques zoológicos, muy escasos entonces. Por eso, las obras de los Benedito tienen ese empeño en representar la naturaleza de la forma más realista posible y de escenificar situaciones y ambientes extraídas del ecosistema en el que habitaban los animales.

Si contemplamos el toro de Veragua, que da miedo, no se vaya a arrancar, la familia de zorros, las recreaciones con lobos, los ojos hipnóticos de los búhos reales, o de las águilas calzadas, o de las ginetas, o de la jirafa, o del oso cántabro, o de las avutardas, o la mirada feroz del tigre de Bengala podremos apreciar no solamente una representación de un animal, sino, sobre todo, el espíritu de un ser vivo, su alma transferida a unos restos de piel moldeada con el amor del arte y de la ciencia. Y, además, fueron muy longevos, trabajaron muchos años en el Museo. De José María Benedito hay obras firmadas desde 1911 hasta 1952, año de su fallecimiento. Y con su hermano sucede otro tanto.

No lo olviden, visiten el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, un lujo a su alcance.

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