La noche de los libros vivientes: 19 de abril

Agustina de Champourcin

Abres el libro olvidado en el estante y recobra la luz, navega de nuevo a toda vela por la imaginación del lector, aspiramos de nuevo su magnetismo, el aroma mágico de sus palabras impresas, sus tesoros enterrados en sus páginas. Jim Hawkins, Long John Silver, el capitán Smollett, la Hispaniola; tal vez Galíndez enfrentándose al sátrapa Trujillo; o Sánchez Mazas frente al pelotón de fusilamiento del que saldría ileso: ¡Adelante, siempre adelante!; o Carlos Deza y Cayetano Salgado luchando por el amor de Clara Aldán; o Mauricia la Dura explicándole a Fortunata la verdad de su vida; o el escudero dudando del sano juicio de su señor; o Guillermo Brown burlándose de Roberto y Ethel, sus hermanos que no le entendían; o Azarías, Paco el Bajo y el señorito Iván, ¿quién es nuestro padre, Delibes o Camus?, paternidad compartida; o desvelar la correspondencia íntima entre Marichu y Dionisio, aquel rebelde con causa restregándole la jeta al Caudillo con un par; o Pedro, Dorita y el Cartucho entre ratones para salvar a la humanidad del cáncer, aquella genialidad amarga del psiquiatra perseguido que se estrelló al poco en un cambio de rasante, sesenta años ya… Los puestos de viejo del Botánico, ya estaban en 1936, según cuenta Agustín de Foxá en su novela “Madrid de corte a checa”, el refugio de las miradas curiosas que pasean por el torbellino de libros encallados en el abandono. ¡La noche de los libros! Tal vez esta noche algún lector aventurero reflote el velero de papel del fondo de la biblioteca, ice la vela del libro náufrago, lo guíe con ventura por la rosa de los vientos de la fantasía y lo dirija al buen puerto de la lectura del placer.

Alex de la Iglesia navega entre los libros de la Cuesta de Moyano buscando quizás algún crimen ferpecto que trasformar en película, tal vez una acción mutante con la que recrear a toda la comunidad en el día de la bestia. El secreto está en los libros. En esos libros de viejo que encierran los recuerdos de los que los leyeron antes, subrayados, anotados, corregidos a mano de erratas, con dedicatorias sentidas: “A la memoria de mi amigo Félix R. de la Fuente”, dedica Miguel sus “Santos Inocentes”; de compromiso de la feria del Retiro: “para Ángel de su buen amigo Francisco Umbral”; o con el afecto candente de un amor que los convierte en ejemplares únicos: “Te querré siempre, mi chatita, tuyo hasta el final”. Pronto llegaría su epílogo, aquel libro que estrecharon unos brazos, ahora abandonado en un montón de páginas amarillentas. Abres un libro viejo y le das nueva vida, renace de sus cenizas, despierta de su sueño eterno. Y te rescata de tu realidad aburrida, te conduce por los laberintos de la fantasía que antes que tú recorrió otro aventurero desconocido.

Emilio Pascual y Marina Sanmartín charlan de libros en la Biblioteca Nacional. Susana Santaolalla lleva la rueda del timón, piloto de altura para marcar el rumbo en la conversación. «El libro es lo que cuenta y lo que lector reconstruye cuando lo lee», dice Marina, escritora, librera y lectora compulsiva, vicio o virtud que le inculcaron sus padres. Y perdona, o comprende, cuando a veces algunos lectores le roban libros en su librería madrileña de la calle del Pez. «Tal vez no puedan comprarlos». Emilio tiene en su casa más de 22.000 libros. Dicen los que saben que 300 es ya una buena suma para cualquier lector. No soporta Emilio, contumaz lector, los libros con las esquinas dobladas. Ni las erratas, que corrige con lapicero sobre el mismo papel. Fue su padre, en el erial de los pueblecitos castellanos de los tiempos heroicos, el que le compró una cartilla para que aprendiera a leer y a escribir. Vicio o virtud que practica a diario. Treinta años tardó Emilio en afianzar sus “Bibliotecas imaginarias”, en ponerlo a navegar, libro que se puede empezar por cualquier parte según el gusto del lector, que cada uno compone a su medida, sólo surcando los mares de su capricho hasta llegar al puerto de su elección. La dicha del navegante ilumina la noche del océano de los libros. Le seguirá a poco la entrega del “Cervantes”, ese premio a la paciencia o a la ciencia del componedor de letras redondillas.

La noche de los libros, el bulevar de los sueños dormidos, hazme un sitio en tu montura, libro amigo, libro antiguo olvidado en la playa de las letras, en tu mar, en el páramo de folios amarillos, despertaremos mañana entre letras, contigo redondillas y versales, llévame, amigo encendido a tu lugar.

Fotos de Terry Mangino


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El libro de la vida sexual

Carmelita Flórez

Los libros de viejo contienen la memoria y el alma de los que los han leído antes que nosotros. Abres uno al azar y te envuelve un aroma humano de páginas antiguas subrayadas, comentarios en los márgenes, dedicatorias amorosas, tal vez firmas banales de autores agobiados por el compromiso en alguna feria. Están llenos de mensajes, como en las botellas arrojadas al mar. Alguien olvidó unos versos dirigidos a su amor, nunca llegó a ella su poema encendido. La alegría del encuentro o el reproche escondido. Hay que saber leerlos. Las librerías de viejo. Calle Amor de Dios, entre Atocha y Huertas, sábado por la tarde. El Barrio de las Letras está lleno de paseantes que se disputan la calzada entre repartidores de comida en bicicleta y manadas de turistas. Una librería ofrece gratis al peatón sus libros viejos, como ese ejemplar deshojado de “El libro de la vida sexual”. El paseante echa un vistazo al volumen, una antigualla abandonada en la soledad de un estante. Recuerda que fue un “best seller” para la generación anterior a la suya. Y lo ojea, tal vez sea por el título explícito. Un libro sin interés. Bueno, sí. En su interior se encuentra el paseante varias cuartillas manuscritas, cuatro cartas de amor o reproches, el mensaje de la botella. Y se las echa al bolsillo. Después, devuelve el libro al sueño eterno del estante.

 En ocasiones la sociedad requiere el plácet de la Ciencia para aislar la conducta social del individuo diferente. Al distinto se le confunde como enfermo y queda apartado de la “normalidad”. Las dudas que asaltan al conocimiento facultativo se convierten en patologías que la Medicina corrobora como enfermedad. A veces el psiquiatra y el psicópata se confunden, se refugian en extrañas teorías y dudosos estudios para demostrar hipótesis absurdas con el soporte y aval de la comunidad científica. Fue el caso del psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera (1889-1960), médico militar al servicio del franquismo. En 1938, en plena Guerra Civil y con el apoyo del Caudillo, creo el Gabinete de Investigaciones Psicológicas para estudiar y confirmar que los marxistas y las mujeres militantes de izquierda estaban afectados por la enfermedad del “Gen Rojo”. Buscaba argumentos pseudocientíficos que justificaran la naturaleza infrahumana y la degeneración mental de todos aquellos republicanos que se habían opuesto al franquismo. Los recoge en su libro “Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza española”, que sirvió de base científica para que el régimen de Franco justificara toda la represión y ensañamiento que aplicó contra los vencidos que no compartían su visión de España. (Véase “El Holocausto español”, Paul Preston, páginas 665 y siguientes)

Y seguidor científico de Vallejo-Nájera fue otro ilustre psiquiatra, afecto también al Régimen, católico perseverante, misógino y contrario al psicoanálisis: Juan José López Ibor (1906-1991), identificado con el buen hacer del franquismo, capaz de curar lo que para él era una enfermedad, la homosexualidad. La ley sobre peligrosidad social, de 1970, conocida popularmente como de “Vagos y maleantes”, condenaba a todos aquellos de dudosa conducta incluso a penas de prisión y les obligaba a rehabilitarse y conseguir el certificado de normalidad a través de una acreditación facultativa expedida por un especialista médico. López Ibor fue el adalid de tan encomiable labor regenerativa. Para ello sometía al infeliz a la terapia del electroshock, unas descargas eléctricas aplicadas en su clínica con las que pretendía reconducir por el buen camino a aquellos que practicaban una conducta sexual atípica. Por si lo de meter los dedos del paciente en el enchufe no fuera suficiente añadía a sus terapias las lobotomías. Es decir, prácticas quirúrgicas extirpando o seccionando zonas cerebrales en las que, según sus teorías, se gestaba el desviacionismo de los “enfermos”. Que ya no volvían a tropezar en su error porque quedaban incapacitados el resto de sus días para la vida afectiva y de relación.    

Los efectos que las teorías de estos padres de la Ciencia provocaron en la medicina mental y en el tratamiento de los pacientes fue algo parecido, aunque mucho más sangriento durante la represión de posguerra, a lo que se cuenta en la película “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Enfermo y sanador comparten los mismos síntomas.

Y quizás para aliviar o encauzar el desasosiego hormonal que causaba el sexo en los españolitos de los años 60, o para redirigir bajo una base científica el asunto del fornicio, López Ibor se lanzó a escribir una guía que sirviera de referencia o alivio a aquel desconocimiento y represión nacional/católica con las que entonces se vivía el asunto glandular: “El libro de la vida sexual”.

Un título impactante, casi escandaloso para la época. La Editorial Danae lo publicó en 1968, en pleno mayo parisino del Sous les pavés la plage. Fue un éxito de ventas enorme, se reimprimieron varias ediciones engullidas en pocos meses por aquella sociedad en la que el sexo era pecado, estaba reprimido y el desconocimiento del asunto y el afán de saber impregnaban a la población que absorbía con furor cualquier noticia sobre la sexualidad. Al libro se encomendaron familias enteras, una salvación para los jóvenes matrimonios desorientados y para los padres mortificados, que lo regalaban a escondidas a sus hijos adolescentes para mitigar los efectos devastadores de la autosatisfacción con la que se recreaban, y pecaban, los quinceañeros. Y, además, un estudio con el visto bueno del poder y avalado por el rigor científico de uno de los próceres de la medicina psiquiátrica: Juan José López Ibor.

Sin embargo, muchos años después, frente al pelotón de la historia que debía revisar el ensayo, la escritora y feminista Lidia Falcón revelaría toda la verdad sobre el caso del libro sexual. En 2001 Falcón desveló que el autor de aquel libro tan aclamado y leído a finales de los 60 no fue el ilustre psiquiatra amigo de los voltios y las cirugías cerebrales, sino ella y el escritor Eliseo Bayo, dos negros que la Editorial Danae eligió para que redactaran la obra y fuera atribuida a López Ibor, que ni siquiera leyó una sola vez el texto ni se interesó jamás por su procedencia, aunque la firmó como suya. Corrían malos tiempos para todos aquellos que se significaban contra el Régimen. Lidia, una activista social en pro de los derechos de la mujer, repudiada después incluso por los suyos (hija de César Falcón, escritor comunista que tuvo por compañera en los años 20 del siglo XX a Irene Lewy, más tarde secretaria de Dolores Ibárruri) por sus contradicciones ideológicas; Eliseo, un periodista crítico contra el régimen, represaliado en varias ocasiones y conocedor de la cárcel de Carabanchel, un rojo sin trabajo. Dos autores anónimos. Así que aquel encargo supuso para ambos una fuente de ingresos inesperada, cobraban 35 pesetas por folio según reveló Falcón, una manera de sobrevivir. Ambos se impregnaron de las historias recurrentes en enciclopedias, libros de historia, manuales y prospectos médicos y redactaron 646 páginas de saber académico que les supuso un estipendio inesperado y una salvación económica pasajera. El rigor científico y psiquiátrico aclamado en el ensayo sexual no era más que una recopilación tenaz de obras anteriores debida al celo entusiasta de dos jóvenes escritores en paro que luchaban por salir de la indigencia e ignorancia con las que les castigaba el sistema. El mérito del libro se lo llevó el psiquiatra laureado, mientras que los autores ni siquiera se cuestionaron jamás su paternidad, gozosos como estaban de poder sobrevivir con amor en los tiempos del cólera gubernativo.  

Pasaron los años. Aquel libro de la vida sexual cayó en el olvido. Autores un tanto sonados como Wilhelm Reich y su delirante ensayo “La función del orgasmo” se abrieron paso entre los españolitos contrariados de los años 70. Al menos la sociedad recuperó la libertad sexual. Pero los mensajes olvidados en aquellos tomos seguían esperando la voz que les revitalizaran, que les empujaran al tráfago de testimoniar la historia. Levántame y hablo, parecían gritar escondidos en el silencio de los párrafos rancios. En “El libro de la vida sexual”, ¿por qué se encontraban ahí esas cuatro epístolas? ¿Quién las olvidó entre esas páginas amarillentas de un libro antiguo, escritas en la Barcelona de la emigración, entre noviembre de 1971 y agosto de 1975? Cuatro cartas de caligrafía infantil enrevesada, de primera instrucción, elementales, con multitud de faltas de ortografía y una redacción caótica que hacen difícil la lectura. Pero el amor o el despecho con los que se escribieron siguen latiendo en esos renglones torcidos por la necesidad de amar y de ser amado. Ven y léeme, somos tuyas, parecen decir. Las tres primeras son de un hombre, tal vez fuera albañil, tal vez se llamara Luis, que dirige a su mujer.


Barcelona 30-11-71
Querida Esposa e hija mucho me alegrare que al recibo de esta os encontreis todos bien a Dios gracias, yo bien a D gracias
misi el sabado cuando llegue a Barcelona de trabajar te puse un giro de 1500 ptas. espero que este sábado te pueda mandar mas pues si me pagan los puntos tambien te lo mandare. Solo te pido un Favor, y es por nuestra querida hijita y es que no tengas que hablar con nadie y sobre todo con la Familia de mari, pues aunque tu no te lo creas yo ni siquiera me despedi de ellos pero como tu siempre piensas tan mal de mi como tambien los demas…

Barcelona 10-4-7…
misi he recibido tu seria carta, de lo cual la niña no tiene culpa de nada, yá que tu con tus palabras a tu manera estas estropeando a mi hija, mandandola escribir estas cartas pues yo te dije que nunca mandases escribir a la niña estas cosas, que te escriba tus amistades estas clases de cartas pero no mi hija, pues yo te dije que pensaba de irme a Madrid para mucho tiempo debido al cariño que siento hacia mi hija pero a ti no te gusto esta determinacion mia y sacas en lo que mandas escribir a la niña cosas que no vienen al caso pues tu bien sabes que tu para mi hace muchos años no eres nada, solo el Respeto que te mereces como madre de mi hija solo eso del asunto de que tu no quieres las babas de nadie…

Barcelona 17 de Abril de 7…
Mi queridisima hijita, e esposa
Me alegrare que al recibo de esta os encontreis todos bien de salud, quedando yo como siempre a Dios gracias. Cielito mio te dire que he recibido Vuestra cariñosa carta lo cual paso a darte contestacion a la Tuya, lo primero que te dire hijita mia, lo mismo a mama, es que ami me gusta muchisimo de que quieras mucho a tu querida madre, pues todo se lo merece, pero tu no puedes comprender muchas cosas, pues todavia eres una niña, pero muy buena, con sentimientos, y mucha comprension a tus pocos años que tienes. Lo primero que te dire, es, que yo no pienso hacer nada de lo que puse en mi anterior carta, pero también hos dire que cuando Recibi la carta tan antipatica, sin motivos sabiendo de que yo me iva otra vez a Madrid no avia Razon para ello, pues yo, cuando Recibi esta carta, yo estaba muy triste y muy apenado, de no poder mandar dinero, pero tengo el pecho asi como las costillas una escallola que me pusieron el dia 3 del corriente y no me la pueden quitar hasta el dia 7 del mes que viene … mas triste me pongo cuando pienso que el dia de tu cumple años mama no tenia dinero y yo sin poderlo mandar, pero yo este sabado si Dios quiere os mandare dinero lo que pueda aunque lo tenga que pedir emprestado…

La última carta es de la mujer que dirige a su hombre.

Barcelona 27-8-75
Queridisimo esposo mio mea legraria de que te encuentres bien nosotros bien cielo oi erecibido tu carta y como beras y mediatamente te contesto ha vuelta de correos cielo pues de lo que me dizes que me encuentras…
…tengo muchas ganas de verte de darte umbeso muy fuerte y de que tu me lo des a mi asta que mehagas daño como otros besos de cuando no se mos enfadado y cuando tu as venido a mi meas besado con tata rabia y coraje pues viene asi o mas fuerte quiero que me beses pues como lla se mean quitado todas las molestias de la boca pues lla me encuentro un poco mas revoltosa pero esa calentura se me pasa cuando me doi una ducha pero que te querras qureer eso de que ni siquiera llo mea gonada pues solo lo dejo que tu me lo agas que para eso es tullo y tu haces tus tareas y lo pondrás al Rojo bivo como siempre me pones cielo te quiero mucho tu sabes que yo soi tulla y no de nadie ha ti me entregue y para ti morirecielo… se despide de ti esta que much te quiere y que nunca te olvida tu esposa F [? ilegible]…
…Te quiero Fdo diente de ratón esquirbe pronto chiquitin asta pronto chatito mala uba y cuidado con las madrileñas que levantan dolores de cabeza.

Los hilos que mueven el comportamiento de los humanos se enredan con sus deseos, las teorías psiquiátricas apenas si dan contestación al comportamiento errático de la persona, pertenecen a los misterios de la mente. ¿Serían felices el chiquitin mala uba y su queridisima esposa? Tal vez otro libro de viejo esconda la continuación de esta historia, tal vez un viajero lector encuentre en el fondo del mar de los libros el final feliz, la última carta, la pasión febril de la pareja, entregada al goce y al suspiro, o un beso y un adiós, cielo mío. Los libros de viejo tienen eso, tesoros escondidos entre sus páginas amarillas que esperan el milagro del rescate.


Rosa Krüger

Agustina de Champourcín

Rafael Sánchez Mazas comenzó a escribir su novela Rosa Krüger en la embajada de Chile en Madrid, en donde se encontraba refugiado tras el inicio de la Guerra Civil. Era el año 1937 y los acontecimientos bélicos habían convertido a Rafael en un cuentista, un émulo de Scheherezade que todos los días escribía unos capítulos para entretener por las noches a la extensa parroquia de víctimas del conflicto, oyentes que con su historia encontraban un momento de alivio bajo el tronar de los bombardeos con que Franco hostigaba a los barrios proletarios de la capital, que no a los distritos burgueses.

La novela no sería publicada, sin embargo, hasta 1984. Mazas había fallecido en 1966. En vida nunca se interesó por la publicación de esta obra, de la que hizo varias correcciones y de la que se perdieron nueve capítulos o unidades narrativas de los 300 que componen el relato. A veces el capítulo no es más que unas líneas, otras son varias páginas que se inician con un titular explicativo. Fue su mujer, Liliana Ferlosio, la que a instancias del escritor Andrés Trapiello, se decidió a reunir los diferentes escritos dispersos de la novela, con las notas, escaleta del relato y comentarios que el autor fue fraguando durante su redacción. Sobre la novela hay una primera cita en la correspondencia de Dionisio Ridruejo. Es en el número 1 de la revista SEMANA, de fecha 27 de febrero de 1940, que incluía un pequeño adelanto de la novela de Mazas. Trascurridos cuarenta años de su publicación, su lectura remite a un mundo mágico de personajes fantásticos sin más objetivo que la diversión y el placer a través de esa historia del enamorado protagonista, Teodoro Castell, un romántico joven que queda hechizado al contemplar, efímeramente, a una joven con la que se cruza apenas unos segundos en un andén de la gare de Toulouse, el 7 de septiembre de 1921, hacía las siete de la mañana, el tiempo narrativo de la historia. Un encuentro que le perturbará emocionalmente y del que no podrá curarse si no es lanzándose durante catorce años a la búsqueda de aquella mujer perturbadora. El mismo Orson Welles utiliza un hecho similar en una secuencia de su Citizen Kane, 1941. Bernstein, uno de los amigos íntimos del protagonista Charles Foster Kane, relata el encuentro emotivo que tuvo, al cruzarse en una estación del metro de Brooklyn, con una pasajera de la que se enamoró sin que cruzaran palabra alguna y a la que nunca ha olvidado ni vuelto a ver. Un recurso que Welles utiliza para explicar el enamoramiento febril que su personaje siente por su esposa. Es imposible que Welles conociera la obra inédita de Mazas. Casualidades de la creación literaria.

El autor

 La figura de Rafael Sánchez Mazas ha adquirido con el tiempo caracteres épicos y novelísticos que han distorsionado su condición vital y le han convertido en sí mismo en un personaje. Ficción o realidad a veces se confunden en su biografía desde que Javier Cercas lo convirtiera en protagonista tácito de su novela “Soldados de Salamina”, llevada al cine por David Trueba. Ese personaje, que se salva de los dos fusilamientos de las tropas de Líster, es el mismo que después, nombrado por el Caudillo ministro sin cartera en el primer gobierno tras la Guerra Civil —del 10 de agosto de 1939 al 15 de agosto de 1940—, renuncia al puesto en protesta por la política ajena al bien social que emprende el dictador no asistiendo a los consejos de ministros. «Retiren ese sillón», ordenó al poco la lucecita del Pardo, molesto por la descortesía del poseedor del carné número 4 de Falange (todos los números anteriores habían fallecido), también poeta hacedor de la frase ¡Arriba España! y de una estrofa del “Cara al sol”. Mazas testificó a favor del dirigente socialista Julián Zugazagoitia en el juicio que la dictadura le incoó tras la contienda por… ¡Auxilio a la Rebelión! Zugazagoitia, ministro de Gobernación en la República desde 1935 a 1938, fue capturado en París por la Gestapo y deportado a España. De nada le sirvió a Zugazagoitia el testimonio de Rafael. La insensibilidad de “Paca la Culona” lo mandó fusilar en 1940. Mazas estudió Derecho en el Colegio María Cristina, de San Lorenzo del Escorial, en el mismo lugar donde también lo hicieran Manuel Azaña o Dionisio Ridruejo, con el que le unía una amistad a pesar de la diferencia de edad, 18 años mayor Rafael. «Rafael será lo que será —que además no es cosa fácil de descifrar— pero estará siempre salvado por su evidente, literalmente, colosal inteligencia». O «tiene tanto talento que si te pones a su lado y hay un poco de silencio, se le oye», son algunas de las frases que Xavier Echarri —falangista también, periodista y director de Arriba, La Vanguardia, etc., y conocido fascista— le escribe a Ridruejo en una epístola fechada el 9 de mayo de 1946. Amigo de Indalecio Prieto, que también lo fue de José Antonio, fue liberado por mediación de este tras ser detenido al comienzo de la Guerra Civil por milicianos. Y solicitante, junto al ministro monárquico José Ibáñez Martín, del indulto para el poeta Miguel Hernández Gilabert, de lo que se hace referencia en carta dirigida a Ridruejo, entonces director general de Propaganda y que se conserva en el Archivo de Salamanca, de fecha 7 de enero de 1940. Tampoco le sirvió al poeta la mediación de tan altas esferas ante la imperturbabilidad de esfinge de su Excremencia. Murió en la cárcel.

Carta dirigida a Dionisio Ridruejo y firmada por José Ibáñez Martín en la que se hace referencia a la gestión emprendida por este último y Sánchez Mazas solicitando el indulto para el poeta Miguel Hernández.

Padre de los Ferlosio: Miguel, Rafael, Chicho, Gabriela, Máximo, Mazas es más conocido por su lírica versallesca que por su prosa mundana. Es autor también de otra notable novela: “La vida nueva de Pedrito de Andía”, 1951, el trascurrir desde la adolescencia a la madurez de un joven de amor herido. Son novelas de contenido social y latido costumbrista, con lenguaje popular y terreno, lejos de los nuevos postulados experimentales que en ese momento empezaban a llenar los renglones torcidos de los escritores críticos con la legitimidad cultural impuesta. Su hijo, Rafael Sánchez Ferlosio, acababa de publicar con alborozo “Industrias y andanzas de Alfanhuí”. Y poco después, 1956, sería catapultado a las cumbres del parnaso literario con un éxito enorme: “El Jarama”, novela que Ferlosio aborreció y por la que se recluyó en su casa madrileña del barrio de Maravillas y en el Café Comercial durante quince años de reflexión, dexedrina y exilio interior, madurando su estratificado y reflexivo “Campo de Retamas” y decenas de columnas de opinión críticas con la cultura oficial. Sánchez Mazas es autor de innumerables artículos en Arriba y ABC. Sánchez Mazas también fue ensayista y académico de la RAE, sin que tomara posesión nunca de tan letrada poltrona. Su carácter pasota y algo displicente, que él cultivaba con premeditación y alevosía, le forjaran un aura de dios elitista de las letras. Se retiró del mundanal ruido a su finca heredada de Coria, Cáceres, dedicándose al cultivo de las letras y al consumo voraz de los libros hasta el final de sus días.

Carta pidiendo recomendación para el crítico literario Melchor Fernández Almagro.
Columna aparecida en el diario falangista ARRIBA, el 29 de febrero de 1940, año bisiesto.

La novela Rosa Krüger

Una excentricidad, un viaje, une joie de vivre, un lujo, el capricho de un grand voyeur, una recreación erótica, una eclosión literaria snob antes de que don Francisco Umbral escribiera su diario, una frivolidad, un divertimento exquisito. Un argumento simple:

A Teodoro Castell, un pobre aldeano de la Bonaigua, en el Valle de Arán, inexperto en el amor, se le aparece un ángel, niña de 13 años. Él tiene 16, y sufre un deslumbramiento emocional que le lleva a emprender una peregrinación en busca de remediar su alma de amor herida. Durante catorce años deambulará por las regiones del Mediterráneo occidental, por la cultura romana y la Europa del Rhin, por la Italia medieval, por la zona pimentonera de Cáceres, por Madrid, por Le grand Paris et ses modistes, Le Louvre, avec la reprise du second empire, por el Rosellón, Nize, Cannes, por la Provence, por Avignon, por la vallée du Rhône, por l’Alsace de Strasbourg, por los Alpes de Annecy o Menthon de San Bernard para aliviar su espíritu trastornado por esa aparición angelical.

Es un caballero andante en busca de su Dulcinea idealizada. En términos cinematográficos sería un “road movie”: chico busca chica, chico encuentra chica, chico pierde chica, chico encuentra de nuevo a otra chica, detonante, nudo, sorpresa y final a la medida del amor. A veces es un folletín de media tarde para porteras, la base de un serial radiofónico que se eterniza en las palabras vespertinas que el narrador, el propio Sánchez Mazas leía cada noche a los refugiados de una guerra incivil, de la que no se hace ninguna mención en el texto. Y también es una forma de exhibirse y mostrar al lector, al oyente la inmensa cultura literaria clásica y humanística que posee Sánchez Mazas. Y hay frases enteras escritas en catalán del Valle de Arán, o un soneto a Unamuno, o en francés, muchas: “Alors, ton âme est un infante en robe de parade”, como el espíritu del protagonista. Y hay mención constante a grandes autores que emprendieron sus viajes interiores: Baudelaire, Marcel Proust (quince años después de su muerte), Verlaine, Stephane Mallarmé, Alejandro Dumas o Rainer María Rilke. O a obras clásicas de la pintura como “Susana y los viejos”. O a novelas viajeras como el Conde de Montecristo, el Orlando Furioso o la Guerra de Troya o la Odisea de Penélope, Telémaco y Ulises.  

Y para aromatizar más aún la atmósfera amorosa de los poemas leídos recurre Mazas al idilio con las Musas con las que comienza sus cuatro primeras partes: Clío, Calíope, Polimnia y Talía, como aval mitológico del relato, completado con el de un personaje que toma el nombre de la diosa Persephone, la reina del inframundo que desvía al hombre de su recto caminar. Y para enredar más la historia, dotarla de tensión argumental y mantener la atención del oyente, Mazas recurre al horror del incesto dudoso que persigue la conciencia virginal del protagonista. Y hay un par de secundarios que amueblan el alma vacía del amante. Y aparece como recurso literario la figura del Papa Pío XI y el rey Constantino I de Grecia, el abuelo de Sofía, para ubicar temporalmente el relato. Y hay un cuento ajeno incrustado dentro del principal a la manera cervantina de “El curioso impertinente”: Historia de Peter King de Brandt. Un recurso que el autor utiliza para dilatar la acción y darle gusto a la audiencia. Era muy larga la guerra y muchas las noches que había que espantar entre los obuses caprichosos de la muerte.

Lac d’Annecy, en la región de Rhône-Alpes, ciudad por donde transcurre la novela.

 Pero surgen las dudas sobre la licitud o conveniencia de publicar una obra sin contar con el plácet del autor. Siempre el mejor crítico de su obra que en vida la rechazó o juzgó innecesaria su edición y la depositó en el trastero de los ensayos sin esperar su resurrección. Algo que ahora ha ocurrido con la novela inédita de García Márquez, “En agosto nos vemos”, aventada por sus herederos. O con la que Manuel Vázquez Montalbán desechó en su momento: “Los papeles de Admunsen”, que apareció hace un par de años entre los folios durmientes del baúl de los recuerdos del autor barcelonés. Y que ahora llega a las pantallas, perdón, a las librerías como curiosidad estilística novedosa de gran éxito.

“El destino no está quieto nunca, con nosotros camina como un inseparable, como un indecible compañero para conducirnos hacia la luz o hacia la sombra”. Así es la novela: “el contraste de felicidad y desventura que la vida ofrece”, una aventura, una odisea, un camino, una peregrinación que emprende Teodoro Castell en busca de su rosa de Kamchatka, para aliviarse del hechizo hiriente de su Rosa Krüger.

Menthon de San Bernard, paraje por donde transcurre la novela.

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De cómo el conocimiento de Cervantes templa los corazones de los jóvenes

Gabriel de Araceli

—La juventud, amigo Sancho, es ese momento en la vida de las personas en el que los corazones se inflaman de emoción y afloran los amores desbordados, las pasiones nublan el entendimiento, el alma se llena de virtudes que hay que promocionar y de disparates que es menester atemperar o suprimir para que el recto proceder y el entendimiento pausado florezcan en el hombre y rijan su destino y hagan su existencia provechosa y feliz.

—Así ha de ser, señor don Alonso, si vuesa merced lo asegura. ¿Y quién es ese caballero que con tan vehemente y sobrio proceder y con tanta diligencia, soltura y verbo endecasílabo se dirige a ese grupo de gráciles doncellas y esbeltos caballeros que escuchan sus palabras con admiración y aún con impaciencia, pues cortas se les hacen a pesar de su abundante prosopopeya y su destacado énfasis en pronunciarlas?

—Es el muy ilustre y sabio caballero don Emilio Pascual de la Blanca Luna, el Caballero de Tejares y de Gaula, que con su decir fluido y templado les hace referencias de nuestras andanzas manchegas y quiere que ellos tomen ejemplo de las escasas virtudes que pudieran aprovecharse y eviten los disparates abundantes que cometimos en nuestro itinerario desventurado.

—Y, ¿qué sitio es este tan doctoral en el que abundan los bachilleres ávidos de conocimiento y aún de saber de nuestras tristes aventuras por las tierras de los molinos, que parece casa solariega e importante y de temple salmantino?

—Es un lugar noble ubicado en la Corte, que llaman Instituto de Enseñanza Media Cervantes, que lleva como así parece el nombre de nuestro hacedor, levantado ha ya largos años para la enseñanza y promoción de las buenas maneras entre la mocedad. Pero evita, amigo Sancho, las enjundiosas preguntas que tu deseo de saber arrecia por tu boca y escuchemos las serenas sentencias del caballero don Emilio de Tejares y de Gaula desde este emplazamiento reservado que ocupamos en lugar escondido en este salón de actos, sin ser visto por ninguno de los presentes, que a buen seguro que también a nosotros nos resultarán sabias, alegres y festivas.

 

«…Cervantes se basó en su conocimiento de la literatura de Itálica, y aún del Decamerón, esa colección de cuentos que un grupo de nobles selectos se cuentan para recrearse y huir de la peste bubónica, para trazar su novela. Don Quijote es el protagonista, porque en toda novela tiene que haber un protagonista, un caminante desfacedor de tuertos y agravios, ávido de justicia movido por el bien que anteponga la virtud y el idealismo en sus acciones, aunque sean disparatadas. Y para compensar, o hacer más terrenas sus acciones erróneas y alocadas contrapone la figura de Sancho, un hombre sin cultura y primario, pero con sobrados dotes racionales como para advertir al amo de que sus locuras rozan la temeridad y que ese proceder le llevará al abismo, como así sucede en la mayoría de las aventuras que acometen, ya sea la de los molinos de viento, la aventura con el gallardo vizcaíno, o la de la cuerda de galeotes y la Santa Hermandad, o la descomunal batalla con los cueros de vino…»

—Que me place escuchar al caballero don Emilio de Gaula y Tejares, que por su boca no salen más que buenas razones y cordura y corrobora lo que yo siempre le advierto y vuesa merced ignora: que no eran gigantes, sino molinos; que lo de liberar a condenados a galeras no es si no contravenir las leyes de la justica; que hacer bien a villanos es echar agua en el mar; que por quien bien tiene y mal escoge, por bien que no enoje no se venga; que no es la miel para la boca del asno y que los que buscan aventuras no siempre las hallan buenas y que

—Calla, amigo Sancho, que el torrente de tus sentencias acosa al entendimiento y enoja el carácter y escuchemos al conferenciante que parece que habla ahora sobre las mujeres y tal vez se refiera a mi amada Dulcinea.

«…la sin par Dorotea, dama noble y educada que sabía leer, algo difícil de encontrar en aquellos tiempos aún entre los hombres, incluso no deseado porque la lectura iluminaba el pensamiento crítico, aireaba los espíritus y despejaba las almas de doctrinas y temores, algo que la religión o el poder civil, el poder real, del Rey, veían para sí como peligroso y procuraban evitar para tener bien atados en la religión, en la ley, en el temor y en la ignorancia al populacho. Y era Dorotea señora refinada que tañía el arpa. La música compone los ánimos descompuestos y la lectura edifica las conciencias. Y la que es deseosa de ver, también tiene deseo de ser vista y oída. Dulcinea, sin embargo, es una fabulación que sólo existe en la mente de don Quijote, una mujer rústica y poco agraciada que el ánimo enamoradizo del caballero convierte en ideal de belleza y virtuosidad…»

—A fe mía que este caballero miente como un bellaco y dispuesto estoy con la fuerza de mi brazo a hacerle rectificar de tan necias palabras y obligarle a acudir al Toboso para que rinda homenaje a la sin par Dulcinea y proclame por el mundo entero la belleza de mi dama, y aún aquí, delante de esta audiencia, hacerle abominar de sus mentiras y errores que ha vertido sobre mi señora.

Y levantándose de súbito el caballero empuñó la espada aún con dificultad en el paso, dispuesto a cercenar por el gollete al conferenciante por sus mentiras.

—Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y no pierda el juicio por asunto tan baladí, que Dios, que da la llaga, da la medicina; que los que buscan aventuras tan disparatadas como enfrentarse a otro caballero no siempre las hallan buenas; que quien busca el peligro, perece en él, y sigamos escuchando las palabras del caballero, que de seguro que en ellas encontraremos verdades provechosas y no pida por fuerza lo que pueda tomar de grado.  

Obedeció aún con reparos el caballero las palabras del criado, que aunque cegado por la ira su paso era vacilante y su cuerpo mezquino, y no atendía, por carecer de fuerza y equilibrio en razón de su edad, la cerrazón de su mente. Y sentados nuevamente tras el telón escucharon las palabras de don Emilio.

«…sí, don Quijote muere en la primera parte. Y cuando Cervantes conoce la intrusión en su novela de la copia que hace Avellaneda para lucrarse de su éxito, decide escribir la segunda parte. No se sabe bien quién fue ese Avellaneda, se piensa que fue amigo próximo a Lope de Vega, que fue este rival y poeta envidiado a la vez por Cervantes, autor casi desahuciado para la literatura en su momento. Pero entraríamos en el terreno de la especulación. Y para resucitar a don Quijote, don Miguel recurre a un viejo truco muy utilizado ahora en el cine, el uso del “flash back”: introducir en medio del relato una acción pasada y volver la vista atrás en la narración y contar otra historia que mantenga la tensión con personajes, lugares y acciones desconocidos. Es a lo que cualquier guionista cinematográfico recurriría ahora: acciones o tramas paralelas. He aquí la modernidad del relato cervantino, que es muy cinematográfico. No se rompe la continuidad de la historia y mantiene el interés a lo largo de todo el cuento. Ya sabéis: planteamiento, nudo y desenlace. Cervantes alarga constantemente el nudo en medio del desenlace que el lector ya conocía, pero lo hace de tal manera que el lector no ha advertido el final anunciado. Lo que ahora llamaríamos el “Toque Lubitsch”, sugerir al espectador por medio de relatos que construya con su imaginación sucesos que no se han contado. Y eso lo hace a través de un narrador omnisciente que pasa desapercibido para el lector, pero que es el principal muñidor y contador de la historia: Cide Hamete Benengeli…»

 

—A fe mía que este caballero cuenta aventuras que jamás imaginé y novedades literarias desconocidas que los siglos venideros arrastraron sin nosotros, que somos personajes de otras épocas y más propios de sentir el temor en nuestros huesos y aún sus efectos en carnes propias, como sucedió en aquella desdichada aventura de los batanes.

—Calle vuesa merced y no mencione la horca en casa del ahorcado, que tripas llevan a pies, que no pies a tripas; que la culpa del asno no se ha de echar a la albarda; y que todo el mal nos viene junto, como al perro los palos.

—Así ha de ser y mejor no meneallo. Y sigamos escuchando las pláticas del caballero don Emilio, que parece que llegan a buen fin.

«…así que Cervantes, con su distribución secuencial de capítulos, bien podría ser en la actualidad un guionista de éxito de esos que construyen historias que arrastran al público a la esclavitud de las series televisivas, que incluso introduce en el Quijote una historia ajena por completo a la trama principal: “El curioso impertinente”. Un recurso para prolongar la novela encajado perfectamente en la trama principal a pesar de no poseer ningún vínculo narrativo con ella. Y cada capítulo de la novela es un capítulo con identidad propia, con planteamiento, detonante o punto de ruptura narrativo, con extenso desarrollo y con final propio, como debe ser todo cuento o relato que se precie de satisfacer al oyente, nada de dejar las cosas a medias. Cuando una puerta narrativa se abre hay que cerrarla después, no se puede quedar nada a la fantasía del lector, hay que dejar todo atado y bien atado. Y que explica también lo que antes decíamos del analfabetismo del pueblo: los que escuchaban el relato leído eran entonces lectores de oídas. Y la lectura un entretenimiento muy deseado. No como los espectadores televisivos de ahora, que apenas si leen un libro y pasan su tiempo de ocio postrados frente a las pantallas, bien televisivas o telefónicas, recibiendo sin oponer reparo alguno la información capciosa que los poderes desean trasmitir».

Y en eso el reloj de la Puerta del Sol dio la una de la tarde y dio final también la conferencia y los estudiantes rompieron en un aplauso ovacionando al narrador cervantino y la audiencia, alegre y movediza como era, corrió a la escena a felicitar a don Emilio de Gaula y Amadís y a fotografiarse con él como si de una estrella de rock se tratara, que fue para ellos novedoso todo lo escuchado y tal vez sirviera para aderezar aún más el alma de tanta juventud gozosa y animada.

—Que me place mucho escuchar a este caballero que dice tan serenas verdades, que espero que sean provechosas para las almas juveniles la lectura de nuestras aventuras.

—Así es y así ha de ser, señor don Quijote, que el bien que viniere de sus palabras, para todos sea; que la rueda de la fortuna anda más lista que una rueda de molino y hemos tenido la suerte de que ruede con nosotros; que cuando viene el bien, mételo en tu casa; y que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no se debe quejar si le pasa y que

—Calla, Sancho amigo, que pareces prelado en púlpito arrojando por tu boca torrente de proverbios. Y vayamos a ocultarnos en la penumbra de ese telón antes de que el público asistente descubra nuestra presencia y nos acometa con sus cuestiones y demandas, que son jóvenes y tienen todo por descubrir y yo no sabría nada qué decirles.

Y amo y criado se escondieron tras unos cortinones que en el salón del instituto Cervantes había mientras los bachilleres aclamaban al conferenciante.


Fotografías de Terry Mangino


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Viaje a Soria

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—¡Arrastro! —y el tío Pascual tira sobre el tapete el siete de oros.

—¡Las cuarenta! —canta el tío Emilio. Y se apuntan la partida de “subastaoo”.

—¡Otra de anís para todos!

Y Alfredo y Pedro, dos pardillos madrileños que visitan Tera por primera vez, pagan la ronda dispuestos a congraciarse con los paisanos de este pueblecito, a un paso de Soria, que se arrejuntan la tarde del viernes en el bar, sólo abre los fines de semana, para olvidarse de la soledad que invade Castilla.

—Si queréis terminamos con un mus, que aún queda mucha tarde —el reloj de la iglesia acaba de dar las ocho.

Ruinas de San Juan de Duero

—Otra de anís para todos y dos de torreznos —indica Alfredo, quizás para evitar el sonrojo de la más que previsible derrota que les infligirían los devotos sorianos de las estampitas de Heraclio Fournier. Y corre también la cerveza para quitar la sed y el vino para disfrutarlo. La tertulia comienza, las almas se expanden y las bocas se sueltan exteriorizando los pensamientos que ocupaban los interiores rocosos del intelecto antes de que los naipes los expulsaran por la lengua, el mejor remedio para evitar las penas, la conversación. A medida que aumentan los vapores se disipan los recelos. ¡Y el subastaoo!

El bibliobús pasa cada dos semanas por el Valle de Tera y cambia los libros serios a los vecinos y los infantiles que ha dejado la bibliotecaria en la guardería comunal, que recibe niños de los pueblos vecinos. Tera tiene treinta habitantes censados, según dice Ana, una señora casi nonagenaria que toma el sol de marzo junto a otras cuatro vecinas. La señora Ana fue la menor de ocho hermanos, quedó huérfana de madre a los siete años. A su padre le mató la guerra de su Excremencia un poco después, los falangistas. Marta, la enfermera de la Junta de Castilla, toma la tensión de Ana y de sus cuatro compañeras. Y la de todos los vecinos de siete pueblos cercanos. Si ve algo sospechoso los envía al médico de zona. A aquella despoblación masiva le ha seguido en la actualidad una repoblación activa de gentes de todos los orígenes que ven en Castilla el lugar donde aliviar sus penas. Y vuelven los que se fueron a sus orígenes. Félix, septuagenario, el hijo de la señora Ana, cuenta que unos primos, descendientes de un tío abuelo que emigró a la Argentina hace cien años, han pedido al Registro Civil de Tera el certificado de nacimiento de su antepasado para acreditar su origen y solicitar la nacionalidad española. “Allá viven en la miseria, y con el de la motosierra, peor, sueñan con volver a Soria”, cuenta Félix. “Yo me llamo Margarita Recoleta y vengo de Venezuela”. “Yo me llamo Celia Cruz y vengo de Cuba”. “Yo me llamo Linda Flor y vengo de Santo Domingo”. “Y yo me llamo Ligia Elena, y vengo de Colombia porque nunca llegó mi trompetista a darme ninguna buena nota”. Linda Flor y Ligia Elena y Celia Cruz y Margarita Recoleta son las cuatro señoras, mucho más jóvenes, que acompañan a doña Ana en la soleada mañana de Tera. “Doce ocho, las cuatro, tensión de manual” dice orgullosa Marta, la enfermera. El azar es uno de los nombres del destino. Sí, ¡la vida te da sorpresas!

Ligia Elena desayuna almendras en el patio de su casa aprovechando el sol de la mañana.

Bandadas de buitres leonados sobrevuelan los cielos de Molinos de Razón, de Valdeavellano de Tera, de El Royo, de Sotillo del Rincón, de Aldeaseñor y su torreón, palacio del señor de Gormaz… Vuelan las rapaces por el acebal de Garagüeta, por Ventosa de la Sierra, por Navabellida, por Aldeacardo, por Almajano, por Oncala y su puerto de montaña, 1453 metros sobre el nivel del mar, Por Chavaler, por Taniñe…

 Sí, son pueblos apenas habitados, calles desiertas y parajes que recorre en su Seat 600 Javier Martínez Romera, historiador y aficionado a los vehículos. Ha llegado a tener también un Seat 1500, un Lancia Stratos, un Audi Quattro y un Toyota Celica, aunque él, como caballero castellano muy discreto, nunca lo reconocería. Ágreda es un pueblecito deslavazado, tirado sobre el terreno sin orden ni concierto, calles estrechas se suceden como un aluvión de monumentos donde ubicar una leyenda de Gustavo Adolfo. Por el laberinto de Ágreda, fronterizo entre los reinos de Navarra, Aragón y Castilla, crisol de culturas cristianas, árabes y judaizantes, mezcla de pueblos que estuvieron enzarzados en guerras y disputas durante siete siglos, Javier cuenta al visitante la historia del lugar en su castellano académico digno de Gerardo Diego:

Gerardo Diego se lo hace leyendo a Juan Ramón.

«El califato de Córdoba utilizaba a los bereberes procedentes de las montañas del Atlas como fuerza de choque, igual que hizo su Excelencia durante la Guerra Civil con los moros. Les salía barato y así se libraban de ellos, de natural beligerante y montaraz, y podían recrearse en los jardines de la Alhambra o invocar a Alá en la mezquita. En Ágreda vivió toda su vida, de 1602 a 1665, la beata sor María Jesús Coronel y Arana, abadesa y consejera política de su majestad Felipe IV, al que nunca vio personalmente pero con el que mantuvo una extendida correspondencia como asesora en los asuntos mundanos de Estado. ¡Una religiosa que nunca salió de su pueblo como consejera real! El reinado de Felipe IV se encalló en las guerras de Flandes que provocaron que a ellas se destinaran muchos recursos y que el reino quedara exánime. Y fuera el heredero del trono, el hechizado Carlos II, el que cargara con el sambenito de provocar la ruina del Estado, si bien la gestión económica del poco agraciado hijo fue notable y evitó con su buen tino la quiebra total. En ambos personajes, la monja y el rey, se concretan esas formas de conciliar lo divino y lo terreno tan propias de la Iglesia y de la Monarquía española. Lástima que no coincidieran jamás, porque de haberlo hecho, seguramente el Rey Planeta hubiera añadido otro descendiente más a su larga lista de hijos bastardos, extramatrimoniales se dice ahora, el treinta y uno. Si bien ella, algo hubiera conocido del amor humano y no fuera, como así sucedió, virgen y entera a la tumba”. ¡Quien evita la tentación evita el pecado! Pero ganó la gloria».

Los caminantes reanudaron el camino y en esto descubrieron trescientos o cuatrocientos molinos de viento que hay en aquel campo alto de Soria pura, cabeza de Extremadura. Y así como don Simón los vio, dijo a Rafita el canario:

—La ventura va guiando la fortuna de las energéticas, que han sembrado de aerogeneradores eléctricos esos oteros y colinas elevadas por donde antes ramoneaban las ovejas y son ahora pasto de los kilovatios sin que reciba el vecino reducción ninguna por su consumo.

—Así es —respondió Rafita el canario, hombre de natural sobrio y poco amigo de palabras vanas—, que mientras que las eléctricas se enriquecen más y más el precio del kilovatio hora se eleva más aún, como esas torres que nublan el horizonte, y al usuario no le queda otro remedio que privarse del uso de la calefacción y volver al brasero de leña para calentarse, o al hornillo de astillas para templar el cocido; que siempre encuentran excusas las energéticas para justificar el alto precio de la energía que imponen a su voluntad, que si la ausencia de viento, que si la sequía ahoga la producción hidroeléctrica, que si desmantelan las nucleares, que si el costo en origen del gas o del petróleo se ha encarecido con las guerras porque la guerra es padre de todo, que decía Heráclito, o que si las nubes tapan los bosques de placas fotovoltaicas que han sembrado en estos horizontes infinitos que antes eran prados donde pastaban las merinas, y maniobran secretamente para que el precio de la energía se mantenga elevado como su cuenta de resultados y no le queda más remedio al pobre vecino que pagar el recibo o, en el caso improbable de poseer un terrenuco, alquilarlo, para que en él se encumbre otra torre donde bracee el gigante Briareo de los vatios para hacer aún más ricas las cuentas de resultados de las eléctricas y puedan las juntas de accionistas dedicar una limosna a labor social y anunciarse como defensoras del medio ambiente mientras que al vecino apenas le consuela el descuento porque no a todos les convence el remedio y pugnan y se contradicen y llegan al enfrentamiento entre ellos y a la enemistad vecinal, cuando no a la violencia y familias que habían vivido en convivencia durante generaciones son ahora enemigas íntimas y no se hablan e incluso se perjudican mutuamente, todo ello por el precio de la luz y la ubicación conflictiva de los gigantes braceadores.

Y Rafita el canario no dijo más, volvió al silencio la jornada entera y aún varias jornadas venideras, atemperado en el habla como él era, don Simón, artesano carpintero, de quien él hizo esclava la paciencia, escuchaba en silencio su silencio.

Campanario de San Pedro Manrique.

 Villas de torres desmochadas o con orgullosas espadañas donde las campanas bicentenarias marcan los acontecimientos sorianos. Raquel, una vecina, se dispone a enseñar al viajero el esplendor de su pueblo. Tiene Fuensaúco un antiguo lavadero que recoge en sus muros interiores paneles fotográficos donde se cuenta la historia humana de sus habitantes a lo largo de siglo y medio. Y de aquel premio de natalidad del 26 de febrero de 1944, otorgado por el Instituto Nacional de Previsión a Isabel Sanz Lázaro por los dieciocho hijos que tenía con Esteban Pérez Lázaro, se ha pasado a los cinco vecinos que ahora duermen ahí. Lucha Fuensaúco contra las macro-granjas de cerdos que quieren instalar fondos de inversión ajenos en terreno tan despoblado, protesta contra los purines que contaminarán ríos y valles. Pocas voces, poco ruido para impedir la asfixia de un pueblecito condenado por la codicia de la industria cárnica. Asfixia como la del joven Lucas Martínez, que murió “axfisiado” el 14 de noviembre de 1929 por inhalar el aire de una calera donde se refugió para pasar la noche, vapores tóxicos lo mataron, según recogía el diario el “Porvenir Castellano”. Tenía 28 años. El general Primo de Rivera dimitiría dos meses después.

“Ahora son zarzales y lagunas. Campos de soledad, mustio collado… las torres que desprecio al aire fueron a su gran pesadumbre se rindieron…” El tiempo detenido en las piedras del camino talladas con los nombres de los caminantes, lápidas falangistas que recogen sólo el nombre de sus héroes, los muertos por dios y por España. ¡¡Presentes!! Relojes y campanas. Canecillos lujuriosos de los ábsides románicos tallados en la arenisca de la ermita románica de Tozalmoro, figuras femeninas que exhiben su sexo sesgado como incitando al fornicio para la procreación y poblar con el resultado de su vientre estas tierras despobladas. San Pedro Manrique, despoblación. Sotero Ruiz Marín tiene 89 años, pero recuerda como si fuera ayer la celebración de sus 22 cuando en las fiestas de Magaña llevaba ya 19 vinos, algo, al parecer, diario. «Pero mi hermano llevaba 74 y le tuvieron que traer a hombros. Murió mucho después con el hígado estropeado. ¡A ver! Y aquí les dejo en buena compañía, que disfruten, que yo me voy con Alegría (Martínez Hernández, 83 años) y su primo Carlos (Martínez Sáenz, 85 años) a jugar al tute, o al mus, o al guiñote». Y se fue. Don Ricardo Hernández, de Valdegeña, nonagenario, en quince días se irá a una residencia de mayores, aún conducía su viejo coche hace un mes, pero lo vendió, le venció el tiempo, “la vida es una sucesión de renuncias, el tocino no es de ovejas” dice, aunque tiene fuerzas para guiar a los visitantes hasta la iglesia construida sobre la antigua sinagoga en lo más alto del pueblo, dónde si no. La superposición de las culturas y la imposición de la más fuerte. Y para hablar de los bandoleros que a finales del siglo XIX asaltaban a los vecinos y caminantes por la sierra donde ahora bracean los molinos: «Entonces robaban como ahora los políticos». O de los tejeros venidos de Extremadura que fabricaban las tejas en los tejares de Valdegeña y después de venderlas regresaban a su pueblo. Trashumancia de ganados y personas. Relojes de sol que sólo dan las horas de los buenos días. Blasones y relojes romanos, la numeración, campanarios, la huella del tiempo testimonia el paso de los que nos precedieron. Indianos, también aquí, que se construyeron casonas solariegas de piedra en Narros o en Magaña o en Trévago. Y el silencio que se oye y se adueña del crepúsculo convierte la tarde, en Yanguas, en inmensidad de abandono o soliloquio eterno. ¡El silencio! Soria pura.

Carlos, Alegría y Sotero se preparan para la partida vespertina de guiñote en San Pedro Manrique.

Por las calles de la capital Rosario Consuelo, docta profesora de la Universidad de Castilla, relata a los forasteros el itinerario hacia el patíbulo que llevaron Pascuala Calonge, la reina de Tardajos, y su amante José Díez Moreno el 18 de abril de 1846, por el asesinato del marido de ella, Valentín Lacarta, hecho ocurrido un año antes. Aquello conmocionó a la población, que asistió con curiosidad morbosa a la ejecución a garrotazo vil. Rosario Consuelo ha publicado en forma de libro la extensa investigación sobre el caso que le hizo recorrer archivos, sacristías, audiencias y ayuntamientos por toda la comarca hasta desvelar las claves del suceso: “Crimen y castigo de la reina de Tardajos”.

No fue ese el único suceso macabro que conmocionó a la provincia. La historia se repite casi punto por punto y 107 años después, en 1953, otro suceso similar conmocionó a la provincia soriana. Muy cerca de la pedanía antes citada, en Ribarroya, un vagabundo, Carlos Soto Gutiérrez, al borde de la oligofrenia, violó y asesinó a la niña Purificación Tejero y huyó por los montes y quebradas hasta que fue detenido por la Benemérita apenas unos días después. La suerte que corrió fue la misma que la de Pascuala.

—Pero no todo son crímenes horrendos, que también hay sitio para el amor en Soria. Y nada como el amor, casi pasión enfermiza que hechizó a Machado, don Antonio, cuando conoció a la niña Leonor —refiere Marina, soriana y enfermera de almas que guía a los viajeros por el recorrido enamoradizo del poeta y su joven esposa—. Tuvieron que esperar a que ella cumpliera los quince años para casarse. Él, un hombretón de 32 años, ella, una niña de 13. Hoy hubiéramos condenado el caso, pero entonces eran otros tiempos. Sí, 1907. Ya se sabe. Leonor regresó de París, donde se había trasladado la pareja un año antes, posiblemente para evitar maledicencias, muy malita y gracias a la ayuda que al poeta dispensó otro poeta, Rubén Darío. Leonor apenas duró tres años más, falleció en 1912, dejando sin resonancia el corazón y la vida de Antonio.

El día de la boda de Antonio y Leonor, 30 de junio de 1909.

¡Ay, qué bonito es el amor en Soria! Que se lo pregunten a Dionisio, aquel hombre, poeta, rebelde, melancólico y soriano que las enamoraba a todas con sus versos, por más que él asegurase que era mucho Ridruejo y pocas nueces: Marichu de la Mora, Von Podewils, Gloria, Pilar, Maruchi Fresno, María Luisa Gefaell… ¡A todas!

Soria está allí, por donde tuerce un río
y unas piedras se queman y un castillo
ha muerto en pie y un árbol amarillo
será cuerpo glorioso y está el frío.

Estuvo allí. Marchó con el hatillo
del pastor hacia el Sur y en el navío
del emigrante al mar. En su vacío
fue nevando al ayer lento y sin brillo.

Y Soria ya no es tierra y va brotando
de haber sido de ayer y de la nieve,
clara de estar lejana y ser memoria,

con sus álamos quietos escuchando,
sobre el Duero de luz y olvido, un leve
murmullo que la va creando: Soria.


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8M: Sí, era ella

Carmelita Flórez y Terry Mangino (también fotos)

—Sí. la reconocí después, visualizando las tarjetas de memoria de las cámaras. La guardiana del orden de aquel tramo de la manifa se empeñó en que no podía hacer fotos, y yo pasando de ella, claro, que no se pueden hacer fotos, oiga, caballero, y yo que yo hago fotos, señora, que esto es la vía pública, Atocha, y el derecho a la información no puede ser restringido por nadie y mucho menos por usted, señora, aunque lleve un palo, porque llevaba un palo como de escoba que me cruzaba delante a guisa de barrera con el que me impedía acercarme a las mujeres de la batucada, y yo regateando como si me acercara al área enemiga en una final de la champions, ella la defensa central, tremenda muralla, obstaculizando al delantero con mañas arteras y zancadillas, la muy ladina, eran un montón de señoras zurrándole a los tambores y yo tiré varias ráfagas con el angular buscando el mejor encuadre sin fijarme mucho en ninguna mujer en concreto y buscando la noticia porque me perseguía la bruja de la escoba. Sí, vi que las mujeres de la percusión me miraban indiferentes cuando no despectivas, ellas a lo suyo, golpeando con saña a los parches como si fuera, porque lo era, un hombre, y que en una esquina ella fijó sus ojos en mí, pero bastante tenía yo con sortear a la guardiana, así que me escabullí por la Cuesta de Moyano como si fuera a buscar un libro de Galdós, debo reconocer que sentí la mirada de ella en el cogote, donde también me pegó la cancerbera con la escoba.

—Los de tu profesión se creen invencibles e invisibles por llevar una cámara y que eso les garantiza la inmunidad y les abre cualquier muralla por elevada que sea.

—Y después, ya en la calle Alcalá, porque en el Paseo del Prado, donde comenzaba la manifa gorda, había pocas manifestantas, muchas menos que otros marzos, casi eran grupos de amiguetes, bueno, amiguetas, que se hubieran juntado para celebrar la despedida del viernes por la tarde y hacerse unas risas, nada que ver en comparación con años anteriores que no podías llegar a Cibeles desde Callao porque estaba todo abarrotado de público, ahora el tráfico abierto por los carriles de bajada hacia Atocha, muchos coches circulando, te decía que después, en la calle Alcalá esquina a Gran Vía, donde pone su caballete Antonio López, otra guardiana me preguntó que si era periodista, y le solté que sí, de la Associated Press, y ella se quedó como pasmada, que no sabía si la vacilaba, porque lo de la pancarta contra la abolición… acuérdate, en septiembre del veintidós, las trabajadoras del sexo se manifestaban frente al Congreso pidiendo que las dejaran trabajar, que no les tocaran el c…, y esta pancarta enfrente del Banco de España, donde tirotearon a Prim, justo lo contrario, así que seguí para arriba, para el Capitol, ¡qué gustazo pasear por el centro de la Gran Vía sin coches!, y ahora pienso que era ella, sí, por los ojos con los que me mira en la foto, que era ella la que le pegaba al bombo en la esquina de la fila de Atocha, donde me asediaba la bruja de la escoba, tal vez, de haber ido de su brazo ese mismo momento por Gran Vía nos hubiéramos dejado llevar de todas las fantasías y ensueños que hace ya tantos años no hicimos por pudor, quizás por inexperiencia, o por vergüenza, que entonces todo estaba por descubrir y sólo una mirada de sus ojos organizaba el universo en el que ella era el sol en el que giraban todas mis órbitas. Por qué no miré antes por el visor de la Nikon, por qué no la descubrí de nuevo… ¡Ay, que la perdí, entonces y ahora!

Trabajadora del sexo manifestándose contra la abolición de la prostitución. No, ella no asistió a la manifestación del 8 de marzo. Carrera de San Jerónimo, 11 de septiembre de 2022.

—No te crucifiques, Terry. Tu obligación es la información y a ella te debes. Cumpliste con tu deber y tu anhelo gráfico lo prueba.

— Ni siquiera eso, que la manifa que subía por Gran Vía parecía que huía de la de Atocha, como si fueran enemigas empeñadas en reprocharse mutuamente los mismos argumentos, cuando las dos manifestantas, no digas manifestantes porque te pueden ahorcar, reivindicaban los derechos de las mujeres, puro desencuentro, que se liaron entre ellas con lo de la ley trans y con la abolición y todo era confusión y yo ya me sentía apaleado con tanta mirada reprobatoria de las señoras, como si dijeran fuera, fuera, fuera que eres un hombre. Así que me entró la culpa reflexiva y me puse a pensar, tal vez porque el embrujo inconsciente de su mirada me hirió como Venus a Adonis en el cuadro de Annibale Carracci, que allí estaba de más, hacía un frío que te helaba el alma, y me fui para la redacción a editar mis imágenes. Y fue entonces, en la pantalla del ordenador, cuando la vi, en aquella esquina de una foto cualquiera con su mirada fija en mí, el espejo de Venus pintado en su mejilla, como diciendo qué esperas, olvidemos el pasado y volvamos al amor, ven a mí, deja todo que todo lo soy para ti, que debía haber mirado más a las mujeres y menos por el visor de la cámara, que nada cambiarán el mundo mis fotos y su mirada hubiera cambiado mi mundo. Sí, era ella y estaba allí, ahora yo voy por un camino, ella por otro, que tal vez me hubiera reencontrado con ella por segunda vez y para siempre, abandonando ella el tambor y yo la Nikon en el prado de Cupido, eternos nuestros rubores y jaleados, tal vez censurados por las feministas, pensar en nuestro mutuo amor… quizás nunca más volvamos a cruzar nuestras miradas.

—Anda Terry, hay muchos 8 M y mucha reivindicación en la que encontrarse. Tal vez pronto surja un nuevo lugar en el que avistes su mirada, en algún salón en un ángulo oscuro brillará de nuevo otra vez su luz para ti.

—Sí, era ella, allí en Atocha en el ángulo oscuro de la manifa tocando un tambor, su mirada me interrogaba, ¿por qué callé aquel día?


Terry Mangino lleva siempre a cuestas varias cámaras: Nikon D200, D5600, D3200, CoolpixA300 y Samsung Galaxy A53 5G

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8M: Separadas pero revueltas

8M en Madrid

Blow Up, de Antonioni


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Isabel Quintanilla: interiores en el Thyssen

Carmelita Flórez

Axonometrías y veladuras, volúmenes, líneas precisas, sombras e interiores, atmósferas recluidas bajo el filtro sosegado del tiempo, introspección recluida en los cacharros pequeños del desván del alma grande de artista. No hay apenas figuras en la pintura de Isabel Quintanilla, como si en el examen minucioso del espacio limitado de sus lienzos tuviera sólo cabida el universo entero de la existencia de los objetos inanimados: un vaso de Duralex, la máquina de coser de su madre modista, el frasco de Vicks Vaporub, los cacharros en el escurreplatos, el detergente Ajax… El preciosismo hiperrealista de Isabel parece impregnar de vida los trastos ordinarios que su pincel modela con paciencia de amanuense. Porque apenas si hay personas en sus cuadros. Cobran vida los objetos inanimados. Y algún recuerdo de los chicos de su banda, algún apunte de los realistas madrileños, todos grandes: Antonio López, Lucio Muñoz, Francisco López, su marido, Amalia Avia, María Moreno, Esperanza Parada, que eran su familia y sus compañeros de estudios y con los que compartió conversaciones sobre la vida, sobre literatura, sobre las formas, sobre el arte de pintar.

Ser mujer y artista en los años 50, 60 y 70 en España, labores del hogar, maternidad y crianza de los hijos, tal vez el refugio del crepúsculo tardío para, ya recogida la casa, aventurarse con los pinceles y la paleta en la inmensidad vacía de un lienzo en blanco y llenarlo de frutas, de flores, de formas, de luces, de sombras, como si en el recogimiento pintado de un instante se magnificara al óleo el tiempo infinito de la vida. Ya su primer autorretrato, que sirve de entrada a la exposición, sencillo, un poderoso claroscuro a lápiz sobre papel que bien pudiera servir para certificar cum laude su examen de ingreso en la Escuela de Bellas Artes, determina muy bien la sensibilidad de la artista. O ese rincón íntimo del cuarto de baño con la ropa usada, el lavabo del rincón, la monotonía de la lluvia en los cristales, el salón de su casa… una intimidad compartida con el curioso impertinente que accede sin recato a los secretos diarios de su existencia femenina. Quizás un paisaje de tejados o la enredadera de un jardín a contraluz, o un huerto florido de pensamientos, o el refugio desordenado de una mesa de escritorio donde acumulaba su inspiración. Y una poderosa técnica pictórica que la iguala a Clara Peeters, o a Sofonisba Anguissola, o a Artemisia Gentileschi, todas grandes, todas dotadas con la perspicacia íntima de mirar para dentro para que los demás lo vean desde fuera. Eso es todo, la belleza es a veces sencilla como la pintura, técnicamente perfecta y plena de dulzor de Isabel Quintanilla.

 

  Y hay un mundo de mujeres en el Museo Thyssen que merecen también ser vistas: la santa Catalina de Alejandría del Caravaggio; o doña Tita Cervera, de Macarrón; o la duquesa de Sutherland, de John Singer Sargent; o la Toilette, de Francois Boucher; o la amante del duque de Orleans, de Delacroix; o la habitación de hotel, de Edward Hopper; o Venus y Cupido, de Rubens, un universo expuesto para el regocijo de nuestros ojos.  Isabel Quintanilla está ahí entre ellas, tal vez un paso más adelante.


  Isabel Quintanilla (1938-2017). Exposición en el Museo Thyssen, Madrid. Del 27 de febrero al 2 de junio de 2024.


Fotos de Terry Mangino

El espíritu del 12 de febrero

Agustina de Champourcín (12 de febrero de 2024)

Tal día como hoy de hace cincuenta años, 1974, el entonces presidente del Gobierno de Franco, Carlos Arias Navarro, pronunciaba un discurso en las Cortes que dejó estupefactas a las familias franquistas que se disputaban el poder ante el deterioro evidente de las condiciones físicas, cognitivas y mentales del dictador. Desde la tribuna de un asombrado hemiciclo lleno de procuradores de uniformes y sotanas, Arias Navarro insinuaba unas tibias medidas aperturistas que permitieran una libertad de asociacionismo político y la participación efectiva de los ciudadanos en la administración de España. Aquellas palabras resultaron difíciles de digerir por los ministros militares del Gobierno y los ultras derivados de Falange que en la sombra mediaban para que el régimen no se moviera ni un ápice de su estructura monolítica dictatorial que llevaba implantada 38 años en el poder.

Arias Navarro se entrevista con su Excelencia en el Hospital Francisco Franco durante la hospitalización que tuvo este durante el verano de 1974.

Arias Navarro, recordado como “Carnicerito de Málaga” por sus procesamientos férreos sobre la población civil como fiscal jefe durante la Guerra Civil, había sido nombrado presidente del Gobierno el 31 de diciembre de 1973, tras el atentado contra Carrero. Sí, voló, voló, Carrero voló y el nombramiento de Arias, que había sido director general de Seguridad de 1957 a 1965, alcalde de Madrid y ministro de Gobernación en el momento del atentado, fue recibido con regocijo y risotadas por la señora de Meirás, ante el asombro que provocó en algunas familias del régimen que el encargado de la seguridad del presidente aéreo asesinado fuera nombrado su sucesor.

La presión del llamado “Búnker” al espíritu del 12 de febrero, fue inmediata. La pretendida reforma de la Ley Sindical, la redacción de un Estatuto de Asociacionismo Político y las directrices para permitir una prensa más libre quedaron en agua de borrajas pocas semanas después por la acción de la extrema derecha, el tardofranquismo dirigido por el falangista Girón de Velasco, el león de Fuengirola.

El nombramiento de Arias, 31 de diciembre de 1973, coincidió con la lectura de la sentencia del llamado Proceso 1001. Sí, aquel en el que Marcelino y sus muchachos de la Perkins y allegados: Sartorius, el cura García Salve, etc., etc., fueron condenados a decenas de años de cárcel por asociacionismo ilegal. Y tan sólo 20 días después del espíritu del 12 de febrero, el 2 de marzo de 1974, la apertura se desmoronaba y mostraba su verdadera faz ejecutando a garrote vil al anarquista Salvador Puig Antich y al extranjero Michael Welzel. Puig Antich fue acusado con dudosas pruebas de haber matado a un policía y Michael Welzel por haber matado en una refriega a un guardia civil. En juicios sumarísimos presididos por un tribunal militar, sin ninguna garantía procesal, los dos fueron condenados a la pena capital y compensaron con sus vidas la muerte de Carrero. 

Y al día siguiente, 3 de marzo, monseñor Añoveros, obispo de Bilbao, se despachaba a su gusto leyendo en los altares una epístola que reivindicaba el derecho del pueblo vasco a profundizar en su identidad nacionalista. Aquello desencadenó las furias del Gobierno, que intentó expulsar del país a tamaño prelado, preparando un avión para su rápida partida. El papa Pablo VI mostró su apoyo incondicional a su subordinado y el cardenal Tarancón —Tarancón al paredón— amenazó con excomulgar a su Excelencia. Castigo imposible de imaginar en el caletre virtuoso del timonel que a diario conversaba con el brazo incorrupto de la santa de Ávila reclamando sus consejos. El Gironazo no se hizo esperar y los ánimos aperturistas del presidente Arias se disolvieron con el estrépito de los ultras, el avance rápido de la tromboflebitis, el Parkinson y el bostezo permanente que sufrió el Caudillo en julio del 74. Para colmo, el 28 de abril estallaba en Portugal la “Revolución de los Claveles”. Y en noviembre la policía, sin la autorización de Arias y como una forma de enfrentarse al poder y marcar territorio en la lucha por apropiarse de los despojos del régimen, detiene un rato a Isidoro (alias Felipe González), Dionisio Ridruejo, Txiqui Benegas, etc.

Peor aún fue el 75 para la apertura de Arias. “El orejas”, así conocido por el vulgo, se vio sometido a la presión intransigente del Búnker —“En la fiesta de Blas (Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva, el partido de la ultraderecha armada), en la fiesta de Blas todo el mundo salía con unas cuantas copas de más”—; a la Marcha Verde que el moro Hasan II promovió para apropiarse del Sahara, el último reducto colonial español; a la jefatura provisional, en septiembre, de Juan Carlos como presidente del Estado; a Olof Palme recaudando en la calle limosnas para la campaña contra los fusilamientos de septiembre; a la huida de diecisiete embajadores de países democráticos llamados por sus gobiernos, la condena del régimen sanguinario de Franco y la ruptura de relaciones.

Carlos Arias Navarro, hombre dubitativo e inseguro, «un canalla, pero además un zoquete» según afirmaba en enero de 2015 el académico Juan Luis Cebrián, permaneció en el cargo de presidente durante el primer gobierno del rey Juan Carlos y se convirtió en el mayor obstáculo para los planes democráticos del monarca. Su propósito era mantenerse hasta 1979 porque así había sido nombrado por un período de seis años por su Excelencia. No entendía que los tiempos estaban cambiando. “Están cambiando, qué bueno, por mucho que le llaméis no saldrá del agujero”, declamaba un tal Luis Pastor, cantautor emigrado en su niñez a Vallecas. “O liquidas a Arias o esto se acaba”, le suelta Juan de Borbón a su hijo. El 2 de julio de 1976 Arias presentó la dimisión al rey y fue sustituido por Adolfo Suárez. Eran tiempos de afán de libertad y el periodismo se convirtió en el motor del cambio al que los españoles se subían a diario para asistir en directo a las nuevas formas políticas. Comenzaba la Transición y nacieron con ella varios periódicos y revistas de información general que eran leídas con avidez por unos ciudadanos privados de libertad de expresión durante décadas.

“Qué error, qué inmenso error”, tituló en EL PAIS —el diario de máxima divulgación fundado dos meses antes—, el 6 de julio Ricardo de la Cierva, historiador digno de toda sospecha de no ser imparcial con la Historia, el nombramiento de Suárez como presidente del Gobierno. El aspirante para el cargo de todo aquel núcleo duro de exfranquistas sin complejos era José María de Areilza, ex divisionario azul, alcalde de Bilbao tras la Guerra Civil y monárquico. Pero Juan Carlos, el posterior Emérito, se decidió por otro exfalangista cuyo máximo mérito era haber sido director general de Radio Televisión Española: Adolfo Suárez. Sin embargo, Ricardo de la Cierva, nieto de Juan de la Cierva, antiguo ministro durante el reinado de Alfonso XIII que “pacificó” con los fusiles las revueltas producidas durante la Semana Negra en Barcelona en 1909, supo adaptarse al inmenso error y no le hizo ascos al cargo de ministro de Cultura que ostentó en la legislatura de 1980 por espacio de unos meses.

De Arias Navarro sólo se recordará aquella retransmisión televisiva del anuncio de la muerte del dictador, su “españoles, Franco ha muerto” y sus pucheros atormentados por el final del régimen.


Adolfo Suárez jura ante el rey Juan Carlos su cargo de presidente del Gobierno el 5 de julio de 1976. A la derecha, Torcuato Fernández Miranda, el muñidor en la sombra de su elección.


BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

Crónica sentimental de la Transición. Manuel Vázquez Montalbán. Planeta. 1985

FRANCO, caudillo de España. Paul Preston. Grijalbo. 1993

Diccionario de la Transición. Victoria Prego. Debolsillo. 2003

Un pueblo traicionado. Paul Preston. Debate. 2019

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